viernes, 25 de septiembre de 2009

La pregunta por el sentido de la vida

Por Ricardo Yepes Stork

La pregunta por el sentido de la vida no suele plantearse mientras todo va bien, sino precisamente cuando se quiebra la ilusión de que, en efecto, todo va según nuestras previsiones, de que las cosas nos salen conforme a lo que queríamos. Y es que la realidad es tozuda y se empeña en quitarnos la razón y en darnos disgustos, problemas y dificultades que nos cansan, nos abaten e incluso nos quitan la ilusión de seguir luchando. En suma, la experiencia del fracaso, algo que no podemos evitar, es la que nos plantea la pregunta por el sentido de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, y en definitiva de nuestra vida. Así es como ordinariamente surge la cuestión.

Vivir es una tarea esforzada. Esto no hay que verlo como una cosa rara, que no debería ser así. Es así, y que lo sea en cierto sentido es natural, puesto que se da siempre en todo ser vivo, y en todo hombre, una cierta "lucha por la vida". Vivir es ya un éxito continuo de la vida, frente a la amenaza de los peligros, las enfermedades, la falta de recursos y la muerte misma. El mismo fenómeno biológico de la vida es ya un esfuerzo continuamente coronado por el éxito. Por eso no debe extrañarnos que las cosas sean difíciles y cuesten trabajo.

Lo que el hombre necesita para encontrar sentido a su vida es tener una justificación para sus esfuerzos, es decir, disponer de un objetivo y un fin claros, a cuya consecución se dedica la tarea de vivir y de llenar un día y otro de trabajo. Cuando se tienen objetivos claros para la propia vida, los esfuerzos se ven como parte del camino que hay que recorrer para alcanzarlos, y por tanto luchar tiene entonces un sentido muy claro: llegar a donde queremos.

 

La pérdida del sentido de la vida

Tener objetivos claros es el primer requisito para trazarse proyectos de vida que consistan en alcanzar los fines, valores e ideales que queremos hacer nuestros. Quien carece de fines para la propia vida carece también de proyectos para llegar hasta ellos. En consecuencia no tiene ninguna tarea que llevar a cabo. La ausencia de proyectos vitales origina desocupación, falta de tareas sentidas como propias. A lo sumo, el trabajo entonces es una especie de obligación forzada, que uno se ve obligado a realizar sin ganas, e incluso contra su voluntad. Además, la ausencia de proyectos y tareas vividas como propias genera algo que es el terreno donde acontece la pérdida del sentido de la vida: la falta de ilusión.

Quien no sueña, no desea, no anhela realizar sus pretensiones, quien no sabe lo que es vivir ilusionadamente, ése fácilmente se encontrará, al despertarse por la mañana, con un panorama gris, mortecino, que fácilmente induce al hastió, al asco y al deseo de huir hacia un mundo donde se den esas ilusiones que ahora faltan y que son el verdadero motor de las tareas y las vidas humanas. Sentir al levantarse que lo que nos espera es la infelicidad, estar a disgusto, enfrentarnos a tareas que nos resultan odiosas: esa es la situación desde la cual no se encuentra que sentido tiene vivir una vida así. Lo cotidiano resulta entonces feo, sucio, sin atractivo, y uno le vuelve la espalda: no querría siquiera salir de la cama, no se ve que valga la pena.

En esa situación caben dos opciones. La primera es confirmarse en la idea de que, en efecto, una vida así no merece la pena ser vivida. La consecuencia inmediata es la caída en un estado de pesimismo que paraliza a la persona y la llena de amargura y disgusto interiores: es una especie de "quedarse en la cama". Si ese estado de ánimo se hace permanente, y la persona no encuentra la salida de él, puede sobrevenir una cierta desesperación ante la vida, e incluso el deseo de que ésta acabe cuanto antes, puesto que vivir así es bastante horrible.

La gama posible de las actitudes desesperadas, pesimistas y amargadas es muy grande y variada, y hay mucha gente que se encuentra sumida en ellas, sin saber como superarlas. El grado mas extremo es la pérdida del deseo de vivir, que puede llevar incluso al intento de anulación de la propia vida. Pero una actitud tan desesperada no es lo ordinario. Es más normal el convencimiento de que el fracaso es inevitable, o la idea de que nada vale la pena, de que todo esfuerzo es inútil ante un destino inexorable. Incluso cabe llegar a pensar que la vida es absurda, y que lo mejor es vivir como si creyéramos en algo para no tener que enfrentarnos con el vació de sentido que hay en el mundo.

Estas soluciones son las que responden negativamente a la pregunta por la existencia de la felicidad y del sentido de la vida: ni una cosa ni otra son posibles, ni tiene sentido buscarlas. El hombre, según ellos, solo puede ser feliz en la medida en que olvida este fondo oscuro y sombrío de la existencia. Se trata de una postura muy amarga, que convierte la tarea de vivir en una carga insoportable. Por eso poca gente acepta permanecer en esta actitud. Incluso a veces hacerlo tiene algo de patológico.

La segunda solución, aunque resulta ser más "casera" y realista, se parece un poco a la anterior, aunque no tiene la carga pesimista de aquella: consiste en poner entre paréntesis la vida cotidiana e inmediata y dedicarnos a olvidarla, a mirar hacia otro lado mientras la vivimos. Es la situación de las personas que en el fondo están descontentas consigo mismas y con lo que hacen: lo cotidiano les llena de malhumor. En tal situación la salida más evidente es huir de uno mismo y de la vida que se está viviendo. La manera mas fácil es buscarse mundos alternativos, o volcarse en la exterioridad, fragmentarse en mil pequeños momentos de diversión, de un "pasarlo bien" que es pura exterioridad, fuera de lo que uno verdaderamente es. Es la vida frívola, atomizada, dedicada a explotar la felicidad momentánea que dan los placeres de la vida, grandes y pequeños, legítimos e ilegítimos.

Sin embargo, esta solución deja en hueco el fondo de la vida, y no resuelve el problema de la propia identidad. El destino de tales personas parece cifrarse en olvidar quienes son en el fondo y de verdad. Esa es una pregunta que no interesa: no hay que buscar "interioridades", sino "exterioridades" que ayuden a tapar asuntos para los que no hay respuesta.

 

Las tareas que llenan la vida

Como es fácilmente imaginable, el sentido de la vida se encuentra cuando ésta tiene un contenido y un "argumento" que le dé emoción, intensidad y recompensa. Ese contenido se obtiene en primer lugar de lo que antes se aludió: una tarea esforzada, vivida ilusionadamente, en pos de los valores, ideales y objetivos en los que se cifra nuestro proyecto vital. Si el trabajo es eso, entonces se justifica por sí mismo, e incluso puede vivirse de una manera ilusionada, puesto que pasa a ser parte de una obra propia, que es aquello que uno lega al mundo y a los hombres de su tiempo, como hace un artista, un escritor o un ingeniero, y como puede hacer cualquier profesional con el fruto de su trabajo.

Pero en segundo lugar, y en mucha mayor medida, el sentido de la vida se encuentra en aquellas personas a quienes uno destina todo lo que es capaz de hacer, sentir y amar. Quien tiene un amor en la vida ya ha encontrado el sentido de ésta: sólo falta que la persona amada corresponda a nuestro amor para que el flujo recíproco funde un ámbito de vivir ambos ilusionados e incluso enamorados. La persona amada es la destinataria de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, porque lo que con ellos consigamos, y la misma lucha de conseguirlo, se convierte en don que se otorga a la persona amada para hacerle el bien, para que ella sea feliz.

Lo más alto y lo más profundo de lo que el hombre es capaz es el amor correspondido. No hay ninguna otra cosa que llene más la vida y la intimidad, ni siquiera la grandeza de legar a los hombres una gran obra. Ni el poder, ni el dominio sobre la naturaleza, ni la posesión de una gran ciencia, ni el desarrollo de la propia creatividad artística son capaces de dar lo que nos da la sonrisa de la persona que nos ama. Vale más destinarse a una persona que poseer sin ella todo el universo. Por eso, el mejor aprendizaje para encontrar el sentido de la vida es aprender a amar, algo bien distinto a simplemente "sentir que se ama", puesto que amar es tratar bien a la persona amada, tratarla como ella se merece, darle lo que le hace feliz, y eso es algo que implica un modo de comportarse muy específico, que es el que verdaderamente funda sobre un cimiento sólido el puro sentimiento del amor.

Compartir la vida con los otros

Todo lo que se ha dicho hasta aquí tiene, pues, un corolario: encontrar el sentido de la vida no es una tarea que puede realizarse en solitario. En primer lugar, porque las tareas que llevan a cabo los propios ideales uno las emprende no tanto porque se le ocurran espontáneamente como porque otros le ofrecen la oportunidad de realizarlas, o al menos le ponen en el camino de entusiasmarse con ellas y llegar a convertirlas en el propio proyecto vital. Las tareas que llenan la vida surgen muchas veces de oportunidades encontradas y aprovechadas. Cuando uno tiene una oportunidad y no la aprovecha, la pierde, quizá porque no se da cuenta de su alcance.

En segundo lugar, el sentido de la vida se encuentra más fácilmente cuando existen unos bienes comunes que se comparten con quienes están unidos a nosotros. Cuanto más profundamente unidos estemos con ellos, tanto más rico es ese compartir, y tanto más nos enriquecemos, tanto menos solos nos quedamos. La compañía de los demás, vivida como amistad, ayuda, amor o participación en tareas comunes, ayuda a sentirse útiles, comprendidos, apoyados y beneficiados por la tarea común que a todos nos reúne y en cierto modo nos protege.

Quienes tienen un vivo sentido de la presencia de los demás en su vida, quienes hacen de ella una conversación continuada y una tarea vivida en compañía, tanto menos están en peligro de que la pregunta por el sentido de la vida les atenace, tanto menos posibilidades tienen de sucumbir a su propio fracaso y quedarse paralizados, en aquella situación que al principio se dijo que era la causante de que surja la pregunta por el sentido de la vida, esa pregunta que no surge cuando las cosas nos van bien, en compañía de otros, porque entonces tenemos una clara justificación para nuestros esfuerzos.

Fin y Sentido de la vida

Del libro "El Hombre en Busca de sentido" de Víctor Frankl

La pregunta por el sentido de la vida

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud hacia la vida. Tenemos que aprender[A1]  por nosotros mismos y después, enseñar a los desesperados que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera  algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e incesantemente. Nuestra contestación[A2]  tiene que estar hecha no de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y una actuación rectas. En última instancia, vivir[A3]  significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vid a asigna  continuamente a cada individuo.

Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación[A4]  se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea.

Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha de reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que adopte al soportar su carga. En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales pensamientos no eran especulaciones muy alejadas de la realidad, eran los únicos pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la desesperación, aun cuando no se vislumbrara ninguna oportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamos pasado por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el de alcanzar alguna meta mediante la creación activa de algo valioso.

Para nosotros el significado de la vida abarcaba círculos más amplios, como son los de la vida y la muerte y por este sentido es por el que luchábamos.

 

Algo nos espera

Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo que podría definirse como los fundamentos de la psicoterapia o de la psicohigiene, tanto individual como colectivamente. Los esbozos de psicoterapia individual solían ser del tipo del "procedimiento para salvar la vida". Dichas acciones se emprendían por regla general con vistas a evitar los suicidios. Una regla del campo muy estricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente a salvar a un hombre que tratara de suicidarse. Por ejemplo, se prohibía cortar la soga del hombre que intentaba ahorcarse, por consiguiente, era de suma importancia impedir que se llegara a tales extremos.

Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí mucha similitud. Ambos prisioneros habían comentado sus intenciones de suicidarse basando su decisión en el argumento típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una colección de libros que debía concluir. Nadie más que él podía realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca reemplazar al padre en el afecto del hijo.

La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo y confieren un significado a su existencia tienen su incidencia en la actividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante su existencia. El hombre[A5]  que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de su existencia y podrá soportar casi cualquier "cómo".

 

El sentido de la vida

Dudo que haya ningún médico que pueda contestar a esta pregunta en términos generales, ya que el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para otro, de una hora a otra hora. Así pues, lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado. Plantear la cuestión en términos generales puede equipararse a la pregunta que se le hizo a un campeón de ajedrez: "Dígame, maestro, ¿cuál es la mejor jugada que puede hacerse?" Lo que ocurre es, sencillamente, que no hay nada que sea la mejor jugada, o una buena jugada, si se la considera fuera de la situación especial del juego y de la peculiar personalidad del oponente. No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto.

Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vida puede repetirse; su tarea es única como única es su oportunidad para instrumentarla.

Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse. En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En una palabra, a cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. De modo que la logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable.

 

El sentido del amor

El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser  totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazos y rasgos esenciales en la persona amada; y lo que es más, ver también sus potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía más, mediante su amor, la persona que ama posibilita al amado a que manifieste sus potencias. Al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a ser, logra que esas potencias se conviertan en realidad.

 

En logoterapia, el amor no se interpreta como un epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales en el sentido de lo que se denomina sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como pueda ser el sexo. Normalmente el sexo es una forma de expresar el amor. El sexo se justifica, incluso se santifica, en cuanto que es un vehículo del amor, pero sólo mientras éste existe. De este modo, el amor no se entiende como un mero efecto secundario del sexo, sino que el sexo se ve como medio para expresar la experiencia de ese espíritu de fusión total y definitivo que se llama amor.

Un tercer cauce para encentar el sentido de la vida es por vía del sufrimiento.

 

Sufrimiento como prestación[A6] 

Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento, nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a base de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un optimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en una tarea a realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamos aprehendido las oportunidades de logro que se ocultaban en él, oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel ist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!." Rilke habló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablan de "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos una buena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que era preciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidad y de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ninguna necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de sufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algunas veces, alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquel compañero que respondió a mi pregunta sobre cómo había vencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo a base de lágrimas."



miércoles, 29 de julio de 2009

Sobre el sentido de la vida - El consejo de Cristo a Marta


El consejo de Cristo a Marta

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Juan J. Ferrán LC




Yendo Jesús de camino, pasó por un pueblo. Parece que Jesús siempre va de paso, pero siempre va por algo, siempre nos enseña algo. En ese pueblo una mujer llamada Marta lo acoge en su casa. Mientras ella trajina para atender lo mejor posible a aquel huésped tan ilustre, una hermana suya, llamada María, se coloca a los pies de Cristo para escucharle. Marta se impacienta y le reclama a Cristo la tranquilidad de su hermana. Cristo aprovecha aquella situación para decirle a Marta con enorme cariño que en la vida realmente sólo hay una cosa importante y que María ha elegido lo mejor. La confianza que trasmite esta escena indica que la amistad de Cristo con aquellas hermanas era total. El Señor debió pasar muchos momentos con aquellos hermanos. Después nos contará el Evangelio que realizará con Lázaro uno de los milagros más grandes de los que realizó. En esta escena podemos descubrir cómo la vida humana tiene un sentido y cuál es realmente ese sentido.


¿Cuál es el sentido de la vida humana? Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer, vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada. El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.

Marta representa para nosotros una forma de vivir. "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola". Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor. Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más importante.


Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos: "No tengo tiempo para rezar". "No tengo tiempo para formarme". "No tengo tiempo para pensar". "No tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.

El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas. Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.


sábado, 16 de mayo de 2009

Crónicas desde el cielo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

Los ángeles acaban de reunirse para “pasar la tarde”. Van a hablar sobre lo que ocurre en la Tierra, quieren repasar las noticias de los últimos años terrícolas.

-Las noticias que llegan del mundo humano son descorazonadoras: guerras, hambres, abortos, infanticidios, abandono de ancianos, congelación y uso de embriones como si fuesen animales de laboratorio...

-¿No será que los hombres quieren cometer una especie de “suicidio colectivo”?

-Bueno, bueno, no hay que ser tan pesimistas. También hay cosas buenas. Acabo de encontrarme con una familia “extraña”: los esposos se quieren, se respetan, y son fieles a su matrimonio. Han acogido los 10 hijos que Dios les ha ofrecido, los educan con cariño (que vale mucho más que el dinero), y viven con una alegría envidiable.

-Pero te olvidas que muchos a su alrededor están criticándoles por su modo de ser “generosos”. Los familiares y amigos dicen que son irresponsables, que no saben en qué mundo viven, que hay que pensar en la carrera de los hijos, que luego habrá problemas de drogas en los más pequeños, etc.

-No hay que escuchar todo lo que dicen los demás. De lo contrario, nadie podría hacer casi nada: siempre vas a encontrar quien te señale con el dedo. Lo principal es el amor. Si dos esposos se aman y quieren amar los hijos que Dios les permita tener, ¿por qué esa envidia o esa incomprensión que viene de quienes ven cada hijo más como un problema que como una alegría inmensa para sus padres, para el mundo y para el cielo?

-También he escuchado que hay médicos que se niegan a hacer abortos, y otros que buscan maneras para ayudar a no abortar a las chicas o a las señoras que sienten una presión muy fuerte para eliminar al hijo más necesitado de ayuda.

-¿Ves cómo hay cosas buenas allá abajo? Bueno, pido perdón al ángel guardián, pues en el mundo del espíritu no hay arriba y abajo, pero nos entendemos. Lo que importa es mirar a los corazones, y ver que el bien, aunque no aparezca en la televisión, está mucho más activo de lo que se piensa.

-Aunque luego te critiquen. Me impresionaron mucho esas personas, algunos simples niños, que buscaron maneras para llevarle agua a una pobre señora que estaba agonizando porque le quitaron los tubos de alimentos y de hidratación. Se llamaba Terri y murió el 31 de marzo de 2005, según el calendario de la Tierra. Los policías, claro, tenían que cumplir con su deber, y prefirieron arrestar a estos valientes antes que poner en peligro su carrera. Lo triste es cuando casi todos piensan como los policías: entonces se acabaron los héroes, y las injusticias continúan por años interminables.

-Héroes los habrá siempre. Acaban de contarme de nuevo la vida del P. Maximiliano Kolbe. Hombres y mujeres como él hacen hermosa la Tierra. Aunque a nosotros nos parezca a veces que todo va de mal en peor.

-Bueno, creo que tenemos que terminar nuestra tertulia de hoy. Acabo de saber que mientras moría aquella señora, Terri (que es una abreviación de Teresa), en un rincón de Europa una señora médica, casada con un médico, daba a luz a su séptima hija, y la van a bautizar con el nombre de Teresa. Será coincidencia, pero frente a quienes buscan la muerte de sus semejantes otros acogen con alegría y generosidad (que a veces implica sacrificios) el nacimiento de nuevos hijos, que algún día también vendrán por acá, a la Casa del Padre.

-Como siempre digo, los hombres no son tan malos. Si dejásemos que la prensa reservase un 10 por ciento de espacio para buenas noticias, para presentar la generosidad de los que aman la vida de sus semejantes, la gente sería menos pesimista y más dispuesta a hacer el bien.

El ángel guardián toca la campana. Llega la hora de volver cada uno a sus trabajos. El planeta Tierra gira, las nubes pasean de un lado para otro, y una niña recién nacida puede sentir la caricia de dos padres y seis hermanos que la miran con esa alegría de quienes saben lo hermoso que es la vida enamorada.


Acompañados es más fácil

Fuente: Virtudes y Valores
Autor: Íñigo Alfaro

1.2 hijos por mujer. Ésa es, aproximadamente, la tasa de natalidad en países como Italia o España. De seguir así las cosas, dentro de 25 años la mitad de los niños serán hijos únicos de padres que, a su vez, son hijos únicos. Es decir la mitad de los niños no tendrá ni hermanos, ni primos, ni tíos. Para aquellos que hemos tenido una infancia normal, el dato es espantoso. Una familia común estará compuesta por los padres, el niño y pare usted de contar. A no ser que decidan ampliarla con un par de perros o de gatos.


Eso sí, seguramente, el niño –y las mascotas– en cuestión lo tendrá todo: la videoconsola de última generación, ordenador, las zapatillas del futbolista de moda, la camiseta más reciente de su equipo preferido, el balón del mundial, un i-pod con más canciones de las que pueda escuchar en toda su vida y todo el largo etcétera de cosas que el capricho infantil pueda desear. Lo tendrá todo, pero lo tendrá solo.


Hay pocos motivos por los cuales una familia no pueda o no deba tener más que un hijo. Por desgracia estos motivos existen y son muy tristes Sin embargo el deseo de vivir con toda comodidad, o de dar todo lo que se nos ocurra a nuestra prole, no se encuentran en esta reducida lista. Ni siquiera cuando creamos que así los propios hijos serán más felices. Porque no será así.


La felicidad es algo muy difícil de concretar en una definición o idea. Pero lo que está claro, al menos para los que hemos sido y somos felices, es que la felicidad existe. Y si resulta difícil definir la felicidad, mucho más resultará ponerse de acuerdo sobre cómo alcanzarla. Aun así, resulta casi imposible pensar que, en la edad infantil, soledad y felicidad puedan vivir bajo el mismo techo.


El misterio de la felicidad
Las peleas por el sitio de adelante en el coche, las conjuras de los hermanos y primos pequeños para derrocar a los mayores, las conversaciones nocturnas cuando el sueño no llega, la ilusión de heredar la ropa legada de hermano en hermano, los tumultos de niños comiendo en la cocina, los domingos por la tarde en el parque o en el jardín, la algarabía de las reuniones familiares, el alboroto de los más pequeños que gritan y corretean por doquier… Si uno se detuviese a mirar a los niños en circunstancias parecidas se daría cuenta inmediatamente de que están contentos, aunque no sepan muy bien por qué. Los niños son así. Cuando arman jaleo se sienten felices y les importa poco si el bullicio es porque están jugando al escondite, persiguiendo algún animalillo o buscando un tesoro escondido. A veces incluso habrá roces y riñas pero, ¿qué son sino la escuela del perdón?


Será más difícil
Un niño que, cuando llegue a casa, no tenga con quién hablar, que sólo pueda jugar con la Play Station, difícilmente será hoy un niño feliz y un adulto normal mañana. O puede que sí, pero se lo habremos puesto más difícil.


Nuestros hijos serán más felices cuando tengan con quien usar su balón y manchar su camiseta, cuando puedan pelearse con alguien por el sitio en el sofá o por entrar primero en el baño o cuando se den cuenta de que en la mesa siempre hay comida para todos. Porque sólo con la convivencia cotidiana se aprende a compartir, a ceder, a respetar, a olvidarse del propio egoísmo y a amar. Porque, al final, el tamaño de nuestro corazón es proporcional al número de personas que hemos dejado entrar en él. Porque los corazones mezquinos no saben mirar más allá de su pequeñez.


Las fórmulas para llegar a ser feliz son muy complicadas. Tener hermanos o dejar de tenerlos tampoco es una garantía infalible. Pero para ser feliz, como para todo, hay caminos mejores y caminos peores. Se escoja el que se escoja, será mejor ir siempre con buena y abundante compañía.

Ante la vida

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

La vida es un tesoro frágil. Se han elaborado durante siglos muchas teorías sobre su origen, pero ninguna nos llega a convencer del todo. No está claro cuándo y cómo se inició la primera forma viviente sobre la tierra. Todavía es un misterio descubrir por qué una pequeña célula tuvo que alimentarse y reproducirse para conservarse en el tiempo. Lo que sí tenemos claro es la belleza de un planeta en el que nos topamos con miles de vivientes a cada paso.

Hay vida en ese árbol de la esquina, en la planta de la terraza, en la semilla que traemos del campo, en la paloma que busca comida entre los niños que juegan, en las hormigas que asaltan la despensa... Hay vida en el agua del estanque, en la profundidad de un océano inquieto, en el polvo que nos trae el viento, y bajo la tierra que nutre un árbol viejo.

Hay vida en el vendedor de globos de la esquina, en la anciana que pide limosna junto a la puerta, en el policía que organiza el tráfico, en el vecino que pone música para todos los del barrio. Hay vida en los niños que juegan a ser grandes y en los grandes que quisieran ser de nuevo niños. En los embriones, a veces tan poco respetados, y en los enfermos terminales, esos que luchan por conservar los últimos rescoldos de energía.

Hay vida, y nos estremece el recordarlo, en nosotros mismos. También tú, también yo, estamos dentro de ese inmenso mundo de la vida. Iniciamos a vivir desde dos células que se juntaron. Nos desarrollamos en el seno de nuestra madre y nacimos en un año más o menos lejano. Todos los días (esto vale también para quienes hacen dietas espartanas) necesitamos la ayuda de alimentos que nos permitan continuar la vida. Además, hemos de protegernos de mil peligros, de bacterias, de coches, de escaleras y hasta de perros agresivos. Y no dejamos de hacer algo de deporte para mantenernos en forma, para que los músculos y pulmones estén sanos, fuertes y preparados a cualquier peligro.

Es maravilloso poder vivir un nuevo día. El camino que nos ha permitido llegar hasta aquí nos invita a mirar hacia delante, para conquistar un porvenir que siempre tiene algo de incierto, de imprevisto; para proteger este tesoro, esta vida, que es frágil, vulnerable, incapaz de asegurarse una semana más en esta tierra.

Cuidar la vida, defender la vida, amar la vida. Cada vida nos desvela algo de un Amor mucho más grande, inmenso, imaginativo, divino. Dios es, nos lo dice la Escritura, “amante de la vida” (Sabiduría 11, 26). De la vida del “hermano lobo” y de la “hermana hierba”. De la vida de ese niño que acaba de ser concebido en el seno de su madre y de ese anciano que ya no puede asomarse por la ventana para ver volar las golondrinas. De mi vida, esa vida que no pedí, desde la que puedo, en cada instante, devolver amor a quien todo me lo ha dado. Esa vida con la que puedo enseñar a amar a quienes, junto a mí, avanzan cada día hacia el encuentro eterno con un Padre enamorado.



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P. Fernando Pascual,
autor de este artículo


Valores Humanos

Fuente: Humanidades
Autor: Mayra Novelo


Dejando claro que los valores son esencialmente objetivos y subjetivos, podemos ahora enfocar nuestra atención en los valores humanos y, más adelante, en los diferentes tipos y niveles de valores.


1. ¿Qué es un valor humano?


Los valores humanos son aquellos bienes universales que pertenecen a nuestra naturaleza como personas y que, en cierto sentido, nos «humanizan» porque mejoran nuestra condición de personas y perfeccionan nuestra naturaleza humana.

Hay una diferencia entre los valores humanos en general y nuestros propios valores personales:

El concepto de valores humanos abarca todas aquellas cosas que son buenas para nosotros como seres humanos y que nos mejoran como tales.

Los valores personales son aquellos que hemos asimilado en nuestra vida y que nos motivan en nuestras decisiones cotidianas.


2. Una jerarquía de valores


Entre los valores objetivos existe una jerarquía, una escala. No todos son iguales. Algunos son más importantes que otros porque son más trascendentes, porque nos elevan más como personas y corresponden a nuestras facultades superiores. Podemos clasificar los valores humanos en cuatro categorías: (1) valores religiosos, (2) valores morales, (3), valores humanos inframorales, y (4) valores biológicos.

Niveles de valores

Valores religiosos
Fe, esperanza, caridad, humildad, etc.

Valores morales
Sinceridad, justicia, fidelidad, bondad, honradez, benevolencia, etc.

Valores humanos inframorales
Prosperidad, logros intelectuales, valores sociales, valores estéticos, éxito, serenidad, etc.

Valores biológicos
Salud, belleza, placer, fuerza física, etc.

La línea más baja representa el nivel biológico o sensitivo. Los valores de este nivel no son específicamente humanos, pues los comparten con nosotros otros seres vivos. Dentro de esta categoría quedan comprendidos la salud, el placer, la belleza física y las cualidades atléticas.

Los valores del segundo nivel, valores humanos inframorales son específicamente humanos. Tienen que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza, de nuestros talentos y cualidades. Pero todavía no son tan importantes como los valores morales. Entre los valores de este segundo nivel están los intereses intelectuales, musicales, artísticos, sociales y estéticos. Estos valores nos ennoblecen y desarrollan nuestro potencial humano.

El tercer nivel comprende valores que son también exclusivos del ser humano. Se suelen llamar valores morales o éticos. Este nivel es esencialmente superior a los ya mencionados. Esto se debe al hecho de que los valores morales tienen que ver con el uso de nuestra libertad, ese don inapreciable y sublime que nos hace semejantes a Dios y nos permite ser los constructores de nuestro propio destino.

Hay todavía un cuarto nivel de valores, el más elevado, que corona y completa los valores del tercer nivel, y que nos permite incluso ir más allá de nuestra naturaleza. Son los valores religiosos. Éstos tienen que ver con nuestra relación personal con Dios.

El mundo de hoy con frecuencia pasa por alto un hecho muy sencillo: la persona humana es religiosa

Buscamos de forma natural la trascendencia. Fuimos creados para ir más allá de nosotros mismos, para tender hacia arriba, hacia el Absoluto. San Agustín expresó esta verdad justo al inicio de sus Confesiones, donde dice: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Nuestra trascendencia como seres humanos es lo que da sentido y significado a nuestra vida sobre la tierra. Si el hombre cultiva los valores religiosos con tanta tenacidad es porque ellos corresponden a la verdad más profunda de su ser.

3. Encarnación de los valores : la virtud.



Definición de virtud


Virtud es un hábito en el bien; es hacer, de un acto bueno, una costumbre.
Virtud es una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien, la verdad, la belleza y la unidad.


4. Clasificación de las virtudes



Hay dos clases de virtudes: las virtudes humanas o morales,
y las teologales o sobrenaturales.

A ) Virtudes Humanas.

Las virtudes humanas, llamadas también virtudes morales, son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.

¿Cuántas son las virtudes humanas?

+ La prudencia es la virtud que dispone de razón práctica para
discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir
los medios justos para realizarlo.

+ La justicia es la virtud que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.

+ La fortaleza es la virtud que asegura la firmes y la constancia en la
práctica del bien, aun en las dificultades.

+ La templanza es la virtud que modera la atracción hacia los
placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes
creados.



B) Virtudes Teologales.


Las tres virtudes teologales son infusas por Dios en nuestra alma:
FE, ESPERANZA y CARIDAD

¿Qué es la fe?
La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios, en todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe.

¿Qué es la esperanza?
La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque Dios nos lo ha prometido.

¿Qué es la caridad?
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios, con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.



¿Qué es un Valor?

Los valores en la vida cotidiana

El hombre, como animal racional, posee capacidades que le diferencian del resto de los seres vivos. Una de esas capacidades es la de emitir juicios de valor: “fulanito es muy empático, menganita tiene don de gentes...” Esto es valorar las cosas que le rodean

Toda comunidad, como toda institución, no puede vivir sin una referencia explícita o implícita a unos valores. Precisamente, para identificar esos valores, el camino más conducente es quedarnos en el terreno concreto de la vida diaria y entresacarlos de los comportamientos y actitudes mantenidas día a día en nosotros como personas, como hijos, hermanos, amigos, trabajadores, novios, esposos, y padres.

En la escuela

En el ámbito académico, como es la Universidad, el estudiante aprende el valor del trabajo, para responder lo más fielmente posible a unos objetivos pedagógicos, a trabajar, no por un puesto o un prestigio, sino para alcanzar una dignidad personal y social. Aprende también a descubrir en verdad sus valores intelectuales, las riquezas y los límites de sus relaciones con los otros, y a deducir las conclusiones para sí mismo. Otro valor educativo es el de sacar al estudiante del trabajo solitario, que tiene el riesgo de replegarle sobre su propia individualidad: a través de trabajos en equipo, donde aprende poco a poco a aceptar el punto de vista de otro, a escuchar, a descubrir que él no detenta toda la verdad y, por último, valora lo difícil que es una obra en común.

Siguiendo al alumno en el terreno concreto de su vida diaria, descubrimos otros lugares de valores que ocupan un gran espacio de su vida: la mesa y el cuarto de trabajo.

La primera, por el modo de comportarse en ella, termina siempre revelando si, en verdad, se ha empezado a desprenderse de los comportamientos instintivos, casi animales, a abrirse y a compartir a través del acto de comer o inversamente.

La mesa es, por excelencia, el lugar de la "convivencia", donde se valora el dominio de sus instintos más primarios en bien de la comunión de ideas y de proyectos, y la voluntad de no hacer nada que carezca de dignidad humana.

En su cuarto de trabajo, que también es el de descanso, el estudiante aprende en firme el valor de la perseverancia en el trabajo personal y solitario: suspira una y otra vez, pero sabe que si no se sujeta a esta disciplina, tiene pocas posibilidades de llegar más lejos. Al mismo tiempo, sólo, si es que tiene la fuerza de apagar su radio o su televisión, puede descubrir otro valor : la interioridad; ese lugar, el más secreto de sí mismo, donde está tan cerca de oír al Otro: pocos se atreven a adentrarse en él, porque, para muchos, silencio e interioridad son sinónimos de soledad, de un cara a cara casi insoportable consigo mismo.
De ahí, el aprendizaje de los límites de su propia libertad, la práctica de las obligaciones de la vida de grupo; así se ejercita en el respeto a la libertad de los otros.


Compromiso personal y social

El estudiante además está comprometido a salir de su propio ambiente para descubrir otros diferentes: los hogares de otras personas, de personas necesitadas, de ancianos, una casa de acogida, hospitales, escuelas, campamentos al aire libre, canchas deportivas. Poco a poco, así puede aprender el valor del servicio gratuito; puede conocer otra óptíca de la vida que la que oye repitiéndose continuamente sobre las ondas o en las conversaciones mundanas: el dinero a cualquier precio, y la vanidad de parecer mejor de lo que se es o se tiene, incluso con desprecio de los otros.

Paralelamente a esta apertura a otras realidades, el muchacho aprende continuamente a abrir los ojos a los valores, lo quiera o no, sobre el mundo contemporáneo. Gracias a la actuación de algunos profesores y educadores y a las juntas de padres de alumnos, le son propuestas algunas acciones concretas de ayuda. Al mismo tiempo, los contactos directos y organizados con hombres y mujeres que viven un compromiso, con frecuencia religioso, en diversas partes del mundo (el Sr. Ernmanuel que ayuda en el hospital, las monjitas de las Misiones, tal sacerdote comprometido en el ambiente del Cuarto Mundo, tal político, etc.) no sólo pueden abrirle los ojos sobre otros modelos valiosos de conducta, cada vez más compleja, del mundo contemporáneo, sino sobre todo, ayudarle a salir de las seguridades y de las estructuras heredadas de su ambiente sociocultural, a las que él mismo se siente inclinado a creerlas las mejores.


Una Universidad cristiana

En nuestro contexto actual educativo, los cristianos hacemos la propuesta clara y precisa de un arraigo de la vida y de la cultura en el Evangelio, de una referencia querida a Jesucristo y a su Palabra, en una Universidad cristiana.

“ La Universidad católica, para cumplir su función ante la Iglesia y ante la sociedad, tiene la tarea de estudiar los graves problemas contemporáneos y de elaborar proyectos de solución que concreticen los valores religiosos y éticos propios de una visión cristiana del hombre “

( Consejo Pontificio de la Cultura, “ Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la cultura universitaria “, 1994 ).

La Escuela y Universidad cristiana se define por la referencia explícitamente querida al Evangelio de Jesucristo, a los valores de la paz, del perdón, de la justicia y del amor. Lo esencial de esta formación es Jesucristo vivo, revelador y promotor de un sentido nuevo en la existencia humana, totalmente original y salvadora. Jesucristo, al vivir toda la existencia humana a la manera de Dios, comunicó al hombre los valores divinos que le hacen la creatura más digna dentro del Cosmos : el valor del amor, de la inteligencia, de la maternidad y paternidad, de la compasión, del perdón, de la solidaridad con el necesitado.
De los valores contenidos en las Bienaventuranzas, la escuela cristiana hace los móviles de la formación que ella ofrece y el verdadero estímulo de las actividades que ejerce. Busca el rigor en toda actividad intelectual, física y manual, como expresión del respeto; la cultura como capacidad de comunión; la atención como escucha de las cosas, de los acontecimientos, de las personas. No ambiciona enriquecer materialmente a los alumnos, sino capacitarlos como líderes abiertos, activos y disponibles, que transformen la sociedad. La escuela cristiana no ve el futuro como el tiempo del poder y de la influencia buscados en sí mismos, sino como el del servicio y de la amistad. “Para ella, el mundo no existe para poseerlo, sino para descubrirlo, para recibirlo, para arreglarlo y compartirlo. Los hombres -todos los hombres- no existen para que se los reclute, sino para ser amados y liberados. Enseñar, sea lo que fuere, es empezar a amar". ( P. Ferdinand LAMBERT s.j. )

A modo de recapitulación, diremos que en esta Universidad la referencia explícita a las Bienaventuranzas evangélicas dirige toda la actividad de cada uno. Enraizados en este fundamento inamovible, encontramos propuestos los valores siguientes: sinceridad, dignidad, autoestima, equilibrio, honradez, felicidad, confianza, gratitud, orden y disciplina, respeto, ecuanimidad, decisión, vida familiar, fe, humildad, colaboración, dominio de sí, resistencia, valentía, perseverancia, interioridad, respeto, responsabilidad, compromiso.
En estos tiempos que vivimos, ya no es tan fundamental que el alumno adquiera datos, conocimientos; ni es tan fundamental que el alumno desarrolle habilidades. Ahora lo realmente fundamental es que la escuela transmita valores. Hablamos de educación en valores, no de educación de valores; porque lo que se debe hacer es transmitir contenidos que pueden ser de cualquier índole, pero en un ámbito que tenga en cuenta a los valores. No solo hablar o conocer, sino ser.
Los valores en lo profundo de la vida diaria
Al final de este recorrido, que no pretendemos que sea exhaustivo, comprendemos que, sin negar la necesidad de un proyecto educativo previo, la educación para los valores se hace a diario en lo más hondo de la vida del estudiante.

Los planes de Dios


Fuente: Catholic.net
Autor: Fernando Pascual LC

Nos gusta vivir con libertad, escoger nuestros pasatiempos, ir con quienes amamos y disfrutar del sol en el verano y de la nieve en el invierno.

Nos cuesta someternos a otros, o descubrir que la vida, con sus sorpresas, rompe nuestros planes.

Un accidente, la enfermedad de un familiar, un despido en el trabajo, nos impiden el vuelo y, tal vez, nos dejan una sensación de frustración, de fracaso, al no poder realizar nuestros sueños.

Las sorpresas de la vida son muchas. A veces parece que hay más sorpresas que "normalidades". Otras veces, las cosas siguen su curso de siempre. Nos hacemos la ilusión de que todo está bajo control y, de repente, lo inesperado salta, y quedamos llenos de angustia, tal vez paralizados, sin saber qué hacer.

Si miramos a fondo, detrás de los imprevistos se escribe una historia que no siempre comprendemos.

Un despido puede convertirse en la ocasión para encontrar un trabajo mejor. Una calumnia nos hace recordar que tal vez nosotros hemos dañado a otros con nuestras palabras. Una reprensión abre los ojos a nuestros defectos y nos permite valorar las cosas con menos egoísmo y con más sencillez.

No siempre es fácil descubrir lo bueno que se esconde en las aventuras de la vida. Lo negro destaca sobre el folio, pero lo blanco domina en muchas superficies.

El mal hace noticia, pero el bien escribe la historia. El dolor nos angustia y nos desconcierta, pero muchos pueden descubrir a Dios en la cama de un hospital.

La traición nos llena de amargura, pero por encima de ella hay quien nos ama y confía en nosotros, a pesar de todo.

Es difícil ponerse en manos de Dios si queremos llevar la vida según nuestros proyectos, como si todo dependiese de nosotros. Es muy fácil, en cambio, confiar en Él si descubrimos que nos ama.

Dios tiene planes que nosotros no podemos comprender. Algún día, cuando se deshaga nuestra tienda mortal, comprenderemos.

Ahora caminamos con la lámpara de la fe. Con ella se iluminan las tinieblas y se suavizan los dolores. Y cada amanecer nos recuerda el cariño de un Dios que viste a las flores silvestres y hace cantar a los jilgueros.