sábado, 16 de mayo de 2009

Crónicas desde el cielo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

Los ángeles acaban de reunirse para “pasar la tarde”. Van a hablar sobre lo que ocurre en la Tierra, quieren repasar las noticias de los últimos años terrícolas.

-Las noticias que llegan del mundo humano son descorazonadoras: guerras, hambres, abortos, infanticidios, abandono de ancianos, congelación y uso de embriones como si fuesen animales de laboratorio...

-¿No será que los hombres quieren cometer una especie de “suicidio colectivo”?

-Bueno, bueno, no hay que ser tan pesimistas. También hay cosas buenas. Acabo de encontrarme con una familia “extraña”: los esposos se quieren, se respetan, y son fieles a su matrimonio. Han acogido los 10 hijos que Dios les ha ofrecido, los educan con cariño (que vale mucho más que el dinero), y viven con una alegría envidiable.

-Pero te olvidas que muchos a su alrededor están criticándoles por su modo de ser “generosos”. Los familiares y amigos dicen que son irresponsables, que no saben en qué mundo viven, que hay que pensar en la carrera de los hijos, que luego habrá problemas de drogas en los más pequeños, etc.

-No hay que escuchar todo lo que dicen los demás. De lo contrario, nadie podría hacer casi nada: siempre vas a encontrar quien te señale con el dedo. Lo principal es el amor. Si dos esposos se aman y quieren amar los hijos que Dios les permita tener, ¿por qué esa envidia o esa incomprensión que viene de quienes ven cada hijo más como un problema que como una alegría inmensa para sus padres, para el mundo y para el cielo?

-También he escuchado que hay médicos que se niegan a hacer abortos, y otros que buscan maneras para ayudar a no abortar a las chicas o a las señoras que sienten una presión muy fuerte para eliminar al hijo más necesitado de ayuda.

-¿Ves cómo hay cosas buenas allá abajo? Bueno, pido perdón al ángel guardián, pues en el mundo del espíritu no hay arriba y abajo, pero nos entendemos. Lo que importa es mirar a los corazones, y ver que el bien, aunque no aparezca en la televisión, está mucho más activo de lo que se piensa.

-Aunque luego te critiquen. Me impresionaron mucho esas personas, algunos simples niños, que buscaron maneras para llevarle agua a una pobre señora que estaba agonizando porque le quitaron los tubos de alimentos y de hidratación. Se llamaba Terri y murió el 31 de marzo de 2005, según el calendario de la Tierra. Los policías, claro, tenían que cumplir con su deber, y prefirieron arrestar a estos valientes antes que poner en peligro su carrera. Lo triste es cuando casi todos piensan como los policías: entonces se acabaron los héroes, y las injusticias continúan por años interminables.

-Héroes los habrá siempre. Acaban de contarme de nuevo la vida del P. Maximiliano Kolbe. Hombres y mujeres como él hacen hermosa la Tierra. Aunque a nosotros nos parezca a veces que todo va de mal en peor.

-Bueno, creo que tenemos que terminar nuestra tertulia de hoy. Acabo de saber que mientras moría aquella señora, Terri (que es una abreviación de Teresa), en un rincón de Europa una señora médica, casada con un médico, daba a luz a su séptima hija, y la van a bautizar con el nombre de Teresa. Será coincidencia, pero frente a quienes buscan la muerte de sus semejantes otros acogen con alegría y generosidad (que a veces implica sacrificios) el nacimiento de nuevos hijos, que algún día también vendrán por acá, a la Casa del Padre.

-Como siempre digo, los hombres no son tan malos. Si dejásemos que la prensa reservase un 10 por ciento de espacio para buenas noticias, para presentar la generosidad de los que aman la vida de sus semejantes, la gente sería menos pesimista y más dispuesta a hacer el bien.

El ángel guardián toca la campana. Llega la hora de volver cada uno a sus trabajos. El planeta Tierra gira, las nubes pasean de un lado para otro, y una niña recién nacida puede sentir la caricia de dos padres y seis hermanos que la miran con esa alegría de quienes saben lo hermoso que es la vida enamorada.


Acompañados es más fácil

Fuente: Virtudes y Valores
Autor: Íñigo Alfaro

1.2 hijos por mujer. Ésa es, aproximadamente, la tasa de natalidad en países como Italia o España. De seguir así las cosas, dentro de 25 años la mitad de los niños serán hijos únicos de padres que, a su vez, son hijos únicos. Es decir la mitad de los niños no tendrá ni hermanos, ni primos, ni tíos. Para aquellos que hemos tenido una infancia normal, el dato es espantoso. Una familia común estará compuesta por los padres, el niño y pare usted de contar. A no ser que decidan ampliarla con un par de perros o de gatos.


Eso sí, seguramente, el niño –y las mascotas– en cuestión lo tendrá todo: la videoconsola de última generación, ordenador, las zapatillas del futbolista de moda, la camiseta más reciente de su equipo preferido, el balón del mundial, un i-pod con más canciones de las que pueda escuchar en toda su vida y todo el largo etcétera de cosas que el capricho infantil pueda desear. Lo tendrá todo, pero lo tendrá solo.


Hay pocos motivos por los cuales una familia no pueda o no deba tener más que un hijo. Por desgracia estos motivos existen y son muy tristes Sin embargo el deseo de vivir con toda comodidad, o de dar todo lo que se nos ocurra a nuestra prole, no se encuentran en esta reducida lista. Ni siquiera cuando creamos que así los propios hijos serán más felices. Porque no será así.


La felicidad es algo muy difícil de concretar en una definición o idea. Pero lo que está claro, al menos para los que hemos sido y somos felices, es que la felicidad existe. Y si resulta difícil definir la felicidad, mucho más resultará ponerse de acuerdo sobre cómo alcanzarla. Aun así, resulta casi imposible pensar que, en la edad infantil, soledad y felicidad puedan vivir bajo el mismo techo.


El misterio de la felicidad
Las peleas por el sitio de adelante en el coche, las conjuras de los hermanos y primos pequeños para derrocar a los mayores, las conversaciones nocturnas cuando el sueño no llega, la ilusión de heredar la ropa legada de hermano en hermano, los tumultos de niños comiendo en la cocina, los domingos por la tarde en el parque o en el jardín, la algarabía de las reuniones familiares, el alboroto de los más pequeños que gritan y corretean por doquier… Si uno se detuviese a mirar a los niños en circunstancias parecidas se daría cuenta inmediatamente de que están contentos, aunque no sepan muy bien por qué. Los niños son así. Cuando arman jaleo se sienten felices y les importa poco si el bullicio es porque están jugando al escondite, persiguiendo algún animalillo o buscando un tesoro escondido. A veces incluso habrá roces y riñas pero, ¿qué son sino la escuela del perdón?


Será más difícil
Un niño que, cuando llegue a casa, no tenga con quién hablar, que sólo pueda jugar con la Play Station, difícilmente será hoy un niño feliz y un adulto normal mañana. O puede que sí, pero se lo habremos puesto más difícil.


Nuestros hijos serán más felices cuando tengan con quien usar su balón y manchar su camiseta, cuando puedan pelearse con alguien por el sitio en el sofá o por entrar primero en el baño o cuando se den cuenta de que en la mesa siempre hay comida para todos. Porque sólo con la convivencia cotidiana se aprende a compartir, a ceder, a respetar, a olvidarse del propio egoísmo y a amar. Porque, al final, el tamaño de nuestro corazón es proporcional al número de personas que hemos dejado entrar en él. Porque los corazones mezquinos no saben mirar más allá de su pequeñez.


Las fórmulas para llegar a ser feliz son muy complicadas. Tener hermanos o dejar de tenerlos tampoco es una garantía infalible. Pero para ser feliz, como para todo, hay caminos mejores y caminos peores. Se escoja el que se escoja, será mejor ir siempre con buena y abundante compañía.

Ante la vida

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual

La vida es un tesoro frágil. Se han elaborado durante siglos muchas teorías sobre su origen, pero ninguna nos llega a convencer del todo. No está claro cuándo y cómo se inició la primera forma viviente sobre la tierra. Todavía es un misterio descubrir por qué una pequeña célula tuvo que alimentarse y reproducirse para conservarse en el tiempo. Lo que sí tenemos claro es la belleza de un planeta en el que nos topamos con miles de vivientes a cada paso.

Hay vida en ese árbol de la esquina, en la planta de la terraza, en la semilla que traemos del campo, en la paloma que busca comida entre los niños que juegan, en las hormigas que asaltan la despensa... Hay vida en el agua del estanque, en la profundidad de un océano inquieto, en el polvo que nos trae el viento, y bajo la tierra que nutre un árbol viejo.

Hay vida en el vendedor de globos de la esquina, en la anciana que pide limosna junto a la puerta, en el policía que organiza el tráfico, en el vecino que pone música para todos los del barrio. Hay vida en los niños que juegan a ser grandes y en los grandes que quisieran ser de nuevo niños. En los embriones, a veces tan poco respetados, y en los enfermos terminales, esos que luchan por conservar los últimos rescoldos de energía.

Hay vida, y nos estremece el recordarlo, en nosotros mismos. También tú, también yo, estamos dentro de ese inmenso mundo de la vida. Iniciamos a vivir desde dos células que se juntaron. Nos desarrollamos en el seno de nuestra madre y nacimos en un año más o menos lejano. Todos los días (esto vale también para quienes hacen dietas espartanas) necesitamos la ayuda de alimentos que nos permitan continuar la vida. Además, hemos de protegernos de mil peligros, de bacterias, de coches, de escaleras y hasta de perros agresivos. Y no dejamos de hacer algo de deporte para mantenernos en forma, para que los músculos y pulmones estén sanos, fuertes y preparados a cualquier peligro.

Es maravilloso poder vivir un nuevo día. El camino que nos ha permitido llegar hasta aquí nos invita a mirar hacia delante, para conquistar un porvenir que siempre tiene algo de incierto, de imprevisto; para proteger este tesoro, esta vida, que es frágil, vulnerable, incapaz de asegurarse una semana más en esta tierra.

Cuidar la vida, defender la vida, amar la vida. Cada vida nos desvela algo de un Amor mucho más grande, inmenso, imaginativo, divino. Dios es, nos lo dice la Escritura, “amante de la vida” (Sabiduría 11, 26). De la vida del “hermano lobo” y de la “hermana hierba”. De la vida de ese niño que acaba de ser concebido en el seno de su madre y de ese anciano que ya no puede asomarse por la ventana para ver volar las golondrinas. De mi vida, esa vida que no pedí, desde la que puedo, en cada instante, devolver amor a quien todo me lo ha dado. Esa vida con la que puedo enseñar a amar a quienes, junto a mí, avanzan cada día hacia el encuentro eterno con un Padre enamorado.



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P. Fernando Pascual,
autor de este artículo


Valores Humanos

Fuente: Humanidades
Autor: Mayra Novelo


Dejando claro que los valores son esencialmente objetivos y subjetivos, podemos ahora enfocar nuestra atención en los valores humanos y, más adelante, en los diferentes tipos y niveles de valores.


1. ¿Qué es un valor humano?


Los valores humanos son aquellos bienes universales que pertenecen a nuestra naturaleza como personas y que, en cierto sentido, nos «humanizan» porque mejoran nuestra condición de personas y perfeccionan nuestra naturaleza humana.

Hay una diferencia entre los valores humanos en general y nuestros propios valores personales:

El concepto de valores humanos abarca todas aquellas cosas que son buenas para nosotros como seres humanos y que nos mejoran como tales.

Los valores personales son aquellos que hemos asimilado en nuestra vida y que nos motivan en nuestras decisiones cotidianas.


2. Una jerarquía de valores


Entre los valores objetivos existe una jerarquía, una escala. No todos son iguales. Algunos son más importantes que otros porque son más trascendentes, porque nos elevan más como personas y corresponden a nuestras facultades superiores. Podemos clasificar los valores humanos en cuatro categorías: (1) valores religiosos, (2) valores morales, (3), valores humanos inframorales, y (4) valores biológicos.

Niveles de valores

Valores religiosos
Fe, esperanza, caridad, humildad, etc.

Valores morales
Sinceridad, justicia, fidelidad, bondad, honradez, benevolencia, etc.

Valores humanos inframorales
Prosperidad, logros intelectuales, valores sociales, valores estéticos, éxito, serenidad, etc.

Valores biológicos
Salud, belleza, placer, fuerza física, etc.

La línea más baja representa el nivel biológico o sensitivo. Los valores de este nivel no son específicamente humanos, pues los comparten con nosotros otros seres vivos. Dentro de esta categoría quedan comprendidos la salud, el placer, la belleza física y las cualidades atléticas.

Los valores del segundo nivel, valores humanos inframorales son específicamente humanos. Tienen que ver con el desarrollo de nuestra naturaleza, de nuestros talentos y cualidades. Pero todavía no son tan importantes como los valores morales. Entre los valores de este segundo nivel están los intereses intelectuales, musicales, artísticos, sociales y estéticos. Estos valores nos ennoblecen y desarrollan nuestro potencial humano.

El tercer nivel comprende valores que son también exclusivos del ser humano. Se suelen llamar valores morales o éticos. Este nivel es esencialmente superior a los ya mencionados. Esto se debe al hecho de que los valores morales tienen que ver con el uso de nuestra libertad, ese don inapreciable y sublime que nos hace semejantes a Dios y nos permite ser los constructores de nuestro propio destino.

Hay todavía un cuarto nivel de valores, el más elevado, que corona y completa los valores del tercer nivel, y que nos permite incluso ir más allá de nuestra naturaleza. Son los valores religiosos. Éstos tienen que ver con nuestra relación personal con Dios.

El mundo de hoy con frecuencia pasa por alto un hecho muy sencillo: la persona humana es religiosa

Buscamos de forma natural la trascendencia. Fuimos creados para ir más allá de nosotros mismos, para tender hacia arriba, hacia el Absoluto. San Agustín expresó esta verdad justo al inicio de sus Confesiones, donde dice: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Nuestra trascendencia como seres humanos es lo que da sentido y significado a nuestra vida sobre la tierra. Si el hombre cultiva los valores religiosos con tanta tenacidad es porque ellos corresponden a la verdad más profunda de su ser.

3. Encarnación de los valores : la virtud.



Definición de virtud


Virtud es un hábito en el bien; es hacer, de un acto bueno, una costumbre.
Virtud es una propensión, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien, la verdad, la belleza y la unidad.


4. Clasificación de las virtudes



Hay dos clases de virtudes: las virtudes humanas o morales,
y las teologales o sobrenaturales.

A ) Virtudes Humanas.

Las virtudes humanas, llamadas también virtudes morales, son disposiciones estables del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.

¿Cuántas son las virtudes humanas?

+ La prudencia es la virtud que dispone de razón práctica para
discernir, en toda circunstancia, nuestro verdadero bien y elegir
los medios justos para realizarlo.

+ La justicia es la virtud que consiste en la constante y firme
voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.

+ La fortaleza es la virtud que asegura la firmes y la constancia en la
práctica del bien, aun en las dificultades.

+ La templanza es la virtud que modera la atracción hacia los
placeres sensibles y procura la moderación en el uso de los bienes
creados.



B) Virtudes Teologales.


Las tres virtudes teologales son infusas por Dios en nuestra alma:
FE, ESPERANZA y CARIDAD

¿Qué es la fe?
La fe es la virtud teologal por la cual creemos en Dios, en todo lo que El nos ha revelado y que la Santa Iglesia nos enseña como objeto de fe.

¿Qué es la esperanza?
La esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos y esperamos de Dios, con una firme confianza, la vida eterna y las gracias para merecerla, porque Dios nos lo ha prometido.

¿Qué es la caridad?
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios, con el amor filial y fraterno que Cristo nos ha mandado.



¿Qué es un Valor?

Los valores en la vida cotidiana

El hombre, como animal racional, posee capacidades que le diferencian del resto de los seres vivos. Una de esas capacidades es la de emitir juicios de valor: “fulanito es muy empático, menganita tiene don de gentes...” Esto es valorar las cosas que le rodean

Toda comunidad, como toda institución, no puede vivir sin una referencia explícita o implícita a unos valores. Precisamente, para identificar esos valores, el camino más conducente es quedarnos en el terreno concreto de la vida diaria y entresacarlos de los comportamientos y actitudes mantenidas día a día en nosotros como personas, como hijos, hermanos, amigos, trabajadores, novios, esposos, y padres.

En la escuela

En el ámbito académico, como es la Universidad, el estudiante aprende el valor del trabajo, para responder lo más fielmente posible a unos objetivos pedagógicos, a trabajar, no por un puesto o un prestigio, sino para alcanzar una dignidad personal y social. Aprende también a descubrir en verdad sus valores intelectuales, las riquezas y los límites de sus relaciones con los otros, y a deducir las conclusiones para sí mismo. Otro valor educativo es el de sacar al estudiante del trabajo solitario, que tiene el riesgo de replegarle sobre su propia individualidad: a través de trabajos en equipo, donde aprende poco a poco a aceptar el punto de vista de otro, a escuchar, a descubrir que él no detenta toda la verdad y, por último, valora lo difícil que es una obra en común.

Siguiendo al alumno en el terreno concreto de su vida diaria, descubrimos otros lugares de valores que ocupan un gran espacio de su vida: la mesa y el cuarto de trabajo.

La primera, por el modo de comportarse en ella, termina siempre revelando si, en verdad, se ha empezado a desprenderse de los comportamientos instintivos, casi animales, a abrirse y a compartir a través del acto de comer o inversamente.

La mesa es, por excelencia, el lugar de la "convivencia", donde se valora el dominio de sus instintos más primarios en bien de la comunión de ideas y de proyectos, y la voluntad de no hacer nada que carezca de dignidad humana.

En su cuarto de trabajo, que también es el de descanso, el estudiante aprende en firme el valor de la perseverancia en el trabajo personal y solitario: suspira una y otra vez, pero sabe que si no se sujeta a esta disciplina, tiene pocas posibilidades de llegar más lejos. Al mismo tiempo, sólo, si es que tiene la fuerza de apagar su radio o su televisión, puede descubrir otro valor : la interioridad; ese lugar, el más secreto de sí mismo, donde está tan cerca de oír al Otro: pocos se atreven a adentrarse en él, porque, para muchos, silencio e interioridad son sinónimos de soledad, de un cara a cara casi insoportable consigo mismo.
De ahí, el aprendizaje de los límites de su propia libertad, la práctica de las obligaciones de la vida de grupo; así se ejercita en el respeto a la libertad de los otros.


Compromiso personal y social

El estudiante además está comprometido a salir de su propio ambiente para descubrir otros diferentes: los hogares de otras personas, de personas necesitadas, de ancianos, una casa de acogida, hospitales, escuelas, campamentos al aire libre, canchas deportivas. Poco a poco, así puede aprender el valor del servicio gratuito; puede conocer otra óptíca de la vida que la que oye repitiéndose continuamente sobre las ondas o en las conversaciones mundanas: el dinero a cualquier precio, y la vanidad de parecer mejor de lo que se es o se tiene, incluso con desprecio de los otros.

Paralelamente a esta apertura a otras realidades, el muchacho aprende continuamente a abrir los ojos a los valores, lo quiera o no, sobre el mundo contemporáneo. Gracias a la actuación de algunos profesores y educadores y a las juntas de padres de alumnos, le son propuestas algunas acciones concretas de ayuda. Al mismo tiempo, los contactos directos y organizados con hombres y mujeres que viven un compromiso, con frecuencia religioso, en diversas partes del mundo (el Sr. Ernmanuel que ayuda en el hospital, las monjitas de las Misiones, tal sacerdote comprometido en el ambiente del Cuarto Mundo, tal político, etc.) no sólo pueden abrirle los ojos sobre otros modelos valiosos de conducta, cada vez más compleja, del mundo contemporáneo, sino sobre todo, ayudarle a salir de las seguridades y de las estructuras heredadas de su ambiente sociocultural, a las que él mismo se siente inclinado a creerlas las mejores.


Una Universidad cristiana

En nuestro contexto actual educativo, los cristianos hacemos la propuesta clara y precisa de un arraigo de la vida y de la cultura en el Evangelio, de una referencia querida a Jesucristo y a su Palabra, en una Universidad cristiana.

“ La Universidad católica, para cumplir su función ante la Iglesia y ante la sociedad, tiene la tarea de estudiar los graves problemas contemporáneos y de elaborar proyectos de solución que concreticen los valores religiosos y éticos propios de una visión cristiana del hombre “

( Consejo Pontificio de la Cultura, “ Presencia de la Iglesia en la Universidad y en la cultura universitaria “, 1994 ).

La Escuela y Universidad cristiana se define por la referencia explícitamente querida al Evangelio de Jesucristo, a los valores de la paz, del perdón, de la justicia y del amor. Lo esencial de esta formación es Jesucristo vivo, revelador y promotor de un sentido nuevo en la existencia humana, totalmente original y salvadora. Jesucristo, al vivir toda la existencia humana a la manera de Dios, comunicó al hombre los valores divinos que le hacen la creatura más digna dentro del Cosmos : el valor del amor, de la inteligencia, de la maternidad y paternidad, de la compasión, del perdón, de la solidaridad con el necesitado.
De los valores contenidos en las Bienaventuranzas, la escuela cristiana hace los móviles de la formación que ella ofrece y el verdadero estímulo de las actividades que ejerce. Busca el rigor en toda actividad intelectual, física y manual, como expresión del respeto; la cultura como capacidad de comunión; la atención como escucha de las cosas, de los acontecimientos, de las personas. No ambiciona enriquecer materialmente a los alumnos, sino capacitarlos como líderes abiertos, activos y disponibles, que transformen la sociedad. La escuela cristiana no ve el futuro como el tiempo del poder y de la influencia buscados en sí mismos, sino como el del servicio y de la amistad. “Para ella, el mundo no existe para poseerlo, sino para descubrirlo, para recibirlo, para arreglarlo y compartirlo. Los hombres -todos los hombres- no existen para que se los reclute, sino para ser amados y liberados. Enseñar, sea lo que fuere, es empezar a amar". ( P. Ferdinand LAMBERT s.j. )

A modo de recapitulación, diremos que en esta Universidad la referencia explícita a las Bienaventuranzas evangélicas dirige toda la actividad de cada uno. Enraizados en este fundamento inamovible, encontramos propuestos los valores siguientes: sinceridad, dignidad, autoestima, equilibrio, honradez, felicidad, confianza, gratitud, orden y disciplina, respeto, ecuanimidad, decisión, vida familiar, fe, humildad, colaboración, dominio de sí, resistencia, valentía, perseverancia, interioridad, respeto, responsabilidad, compromiso.
En estos tiempos que vivimos, ya no es tan fundamental que el alumno adquiera datos, conocimientos; ni es tan fundamental que el alumno desarrolle habilidades. Ahora lo realmente fundamental es que la escuela transmita valores. Hablamos de educación en valores, no de educación de valores; porque lo que se debe hacer es transmitir contenidos que pueden ser de cualquier índole, pero en un ámbito que tenga en cuenta a los valores. No solo hablar o conocer, sino ser.
Los valores en lo profundo de la vida diaria
Al final de este recorrido, que no pretendemos que sea exhaustivo, comprendemos que, sin negar la necesidad de un proyecto educativo previo, la educación para los valores se hace a diario en lo más hondo de la vida del estudiante.

Los planes de Dios


Fuente: Catholic.net
Autor: Fernando Pascual LC

Nos gusta vivir con libertad, escoger nuestros pasatiempos, ir con quienes amamos y disfrutar del sol en el verano y de la nieve en el invierno.

Nos cuesta someternos a otros, o descubrir que la vida, con sus sorpresas, rompe nuestros planes.

Un accidente, la enfermedad de un familiar, un despido en el trabajo, nos impiden el vuelo y, tal vez, nos dejan una sensación de frustración, de fracaso, al no poder realizar nuestros sueños.

Las sorpresas de la vida son muchas. A veces parece que hay más sorpresas que "normalidades". Otras veces, las cosas siguen su curso de siempre. Nos hacemos la ilusión de que todo está bajo control y, de repente, lo inesperado salta, y quedamos llenos de angustia, tal vez paralizados, sin saber qué hacer.

Si miramos a fondo, detrás de los imprevistos se escribe una historia que no siempre comprendemos.

Un despido puede convertirse en la ocasión para encontrar un trabajo mejor. Una calumnia nos hace recordar que tal vez nosotros hemos dañado a otros con nuestras palabras. Una reprensión abre los ojos a nuestros defectos y nos permite valorar las cosas con menos egoísmo y con más sencillez.

No siempre es fácil descubrir lo bueno que se esconde en las aventuras de la vida. Lo negro destaca sobre el folio, pero lo blanco domina en muchas superficies.

El mal hace noticia, pero el bien escribe la historia. El dolor nos angustia y nos desconcierta, pero muchos pueden descubrir a Dios en la cama de un hospital.

La traición nos llena de amargura, pero por encima de ella hay quien nos ama y confía en nosotros, a pesar de todo.

Es difícil ponerse en manos de Dios si queremos llevar la vida según nuestros proyectos, como si todo dependiese de nosotros. Es muy fácil, en cambio, confiar en Él si descubrimos que nos ama.

Dios tiene planes que nosotros no podemos comprender. Algún día, cuando se deshaga nuestra tienda mortal, comprenderemos.

Ahora caminamos con la lámpara de la fe. Con ella se iluminan las tinieblas y se suavizan los dolores. Y cada amanecer nos recuerda el cariño de un Dios que viste a las flores silvestres y hace cantar a los jilgueros.