lunes, 19 de abril de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
Los dos caminos de la filosofía - Abbagnano, Nicola (1901-1990)
Vida y obras: Representante de la corriente existencialista desarrollada en Italia. Profesor en Nápoles y, más tarde, profesor en la Universidad de Turín; su filosofía tiene características propias que la distinguen del existencialismo francés y del alemán. Entre sus obras principales se cuentan: Historia de la filosofía, Existencialismo positivo, Introducción al existencialismo, La física nueva y Fundamentos de una teoría de la ciencia.
LOS DOS CAMINOS DE LA FILOSOFÍA
Según una antigua tradición, el nombre filosofía fue inventado por Pitágoras. Encontrándose en la ciudad de Fliunte, Leonte, un ciudadano eminente de la misma que admiraba su elocuencia y su doctrina, le pregunt6 cuál era su arte. Pitágoras respondió: "No conozco ningún arte, sino que soy filósofo". Leonte no había oído jamás esa palabra y le pregunto quiénes eran filósofos y en qué diferían de las otras personas. Pitágoras respondió comparando la vida humana con una de las grandes fiestas nacionales de Grecia, a las males algunos acudían para ganar los premios y la gloria en las competencias deportivas, otros para enriquecerse con el comercio y otros finalmente como simples espectadores para observar hombres y cosas. Estos últimos son los filósofos. Libres del deseo de la gloria y del enrique-cimiento, esos "amantes de la sabiduría", contemplan los hechos humanos sin participar en ellos con el único fin de tener un conocimiento desinteresado del mundo. Esta tradición, que nos ha llegado a través de Cicerón, quizá exprese mejor el punto de vista de los seguidores de Aristóteles que del mismo Pitágoras. De hecho, Aristóteles había afirmado clara-mente la superioridad de la actividad contemplativa sobre todas las otras actividades humanas. El amor a la sabiduría que es el significado etimológico de filosofía, es el esfuerzo por conseguir el conocimiento desinteresado de las cosas más altas y sublimes: las causas y sustancias Ultimas, la divinidad, los astros —considerados también divinos—, el orden perfecto del mundo. El conocimiento de todo esto no sirve para nada pero torna a la vida del hombre similar a la vida divina. El filósofo no es el hombre "prudente" que sabe regular su conducta en los asuntos prácticos de la vida, sino el "sabio" que se dedica exclusivamente al conocimiento de cosas excepcionales y maravillosas, que están por encima de los intereses de los mortales comunes.
Esta es, en sus términos clásicos, la concepción contemplativa de la filosofía. La filosofía es en ese sentido una actividad aristocrática, esto es, reservada a unos pocos privilegiados que están libres de las preocupaciones del mundo y que se bastan a sí mismos: actividad que vuelve "felices" a quienes la llevan a cabo, pero no proporciona nada para hacer, nada para proyectar, nada para temer, nada para esperar a los hombres como tales. Es una mirada divina dirigida sobre el mundo, una mirada que capta lo que hay en el de necesario y de eterno, y que justamente por ser asi, no puede transformar o adaptar el mundo a los deseos o las necesidades humanas.
Es verdad que, aun así, la filosofía orienta la elección de los hombres; pero la orienta solo en el sentido de dirigirla a la realización de la vida contemplativa que es la más elevada. La misma organización política, según Aristóteles, debe tener como fin último la contemplación. La libertad de las necesidades, el ejercicio del poder político no tienen valor en si mis-rhos sino en cuanto hacen posible esta forma de vida.
Sin embargo en la misma filosofía griega está presente y actúa una concepción radical-mente diferente de la filosofía. Sócrates —como dice Cicerón— hizo descender la filosofía del cielo, la transfirió a las ciudades, la introdujo en las casas, la hizo interesarse por la vida y las costumbres, por el bien y el mal. Platón la consideró sustancialmente como el único instrumento eficaz para realizar una comunidad humana justa y pacífica.
En la República, propuso inclusive sanciones contra los filósofos que, llegados al ápice de su preparación, se negasen a poner su saber al servicio de la comunidad.
Y antes de Sócrates y Platón, los Siete Sabios, con los cuales se considera que comienza la reflexión filosófica en el mundo occidental, fueron consejeros de la ciudad y de particulares y condensaron su sabiduría en adagios breves y agudos: "Conócete a ti mismo”, “No desees lo imposible", "La mesura es Optima", que debían guiar la conducta del hombre en los asuntos de su vida diaria.
Así entendida, la filosofía se dirige a considerar no ya realidades excepcionales y sublimes, sino al hombre y su experiencia en el mundo, así como las reglas y los criterios que pueden disciplinar, organizar y dirigir su vida individual y colectiva. Se trata más de "prudencia" quede "sabiduría". No es una visión divina a la cual pueden acceder unos pocos privilegiados si-no una guía en las elecciones que el hombre debe hacer en el mundo. No es un patrimonio enorme en las manos de pocos que la adoptan para su felicidad privada sino un capital, fatigosamente acumulado, de experiencias, normas, reglas, que pueden ser, día a día, de cual-quiera con tal de que sea capaz de acceder a ellas.
Desde este punto de vista, la contemplación no se opone más a la acción como una forma superior y privilegiada de vida frente a una vida inferior. La filosofía no pretende ser un sistema puro de conocimientos que refleje perfectamente una realidad eterna; se limita a aconsejar al hombre como usar, en su provecho, el saber del que dispone. No invita al hombre abandonar el piano de la comunidad humana para volverse semejante a la divinidad y con-templarlo como lo hace la divinidad, desde arriba; se coloca en el piano de la humanidad misma para ayudarla a alcanzar una forma más racional de vida a través de la solución de los problemas que la acosan.
Filosofía contemplativa y filosofía activa podrían ser los nombres con que se designar a esas dos vías que hoy como ayer, en un remoto pasado, constituyen las alternativas funda-mentales de la búsqueda filosófica.
La primera de estas vías considera que la realidad, tal como es, está perfectamente ordena-da, es completamente racional y que la tarea de la filosofía consiste solo en darse cuenta de su orden y de su racionalidad. La segunda vía considera que la realidad no tiene ni orden ni racionalidad si el hombre no se esfuerza por conferírsela y que es este esfuerzo la tarea propia de la filosofía.
Hegel, representante de la primera, decía que la filosofía llega siempre demasiado tarde para decir cómo debe ser el mundo porque aparece cuando la realidad ya está consumada y es así semejante al búho de Minerva que emprende el vuelo al crepúsculo, cuando el día ya ha acabado...
La filosofía activa, en cambio, sostiene que tiene que insertarse en los asuntos del mundo, debatir los problemas que interesan a los hombres en cuanto tales, mostrar las posibles soluciones y ayudar a elegir aquellas que, a largo plazo, sean las más favorables al destino de los hombres. Desde este punto de vista, el filósofo no puede ser "el espectador desinteresado del mundo" que observa cómo transcurre la vida porque está inmerso en la vida misma y sigue la suerte común a los otros hombres.
[...] Cuanto más rica y compleja se vuelva una sociedad por el contacto incesante entre hombres de diversos orígenes, de culturas heterogéneas, de tradiciones dispares, cuanto mayor sea la suma de saber y de poder efectivo sobre las cosas de las que disponga, tanto más sea advertirá la necesidad de una filosofía activa, de una crítica filosófica que analice costumbres y creencias, que resuelva los problemas que nacen de su contraste y que conduzca al género humano a una forma mejor de convivencia.
La "prudencia" de los antiguos [...] es todavía la disponibilidad de una guía en las elecciones que esperan al hombre en el mundo. Y todavía hoy, como entonces, las preguntas funda-mentales son las mismas: ¿Qué es el hombre?" ¿Qué debe hacer?" ¿Qué puede esperar?".
ABBAGNANO, N., Le due vie della Filosofía, publicado en "La Stampa", Torino, gennaio, 1967. Traducción Martha Frassineti de Gallo.
VOCABULARIOIS
Sustancia: aquello que es en sí mismo; se contrapone a accidente, que significa que es en otro (cfr. vocab. Lebniz).
Causa última: aquella que es primera en el orden del ser, Pero que se conoce al final.
Racional: acorde con la razón; organizado de un modo inteligente (cfr. vocab. Aristóteles).
Contemplación: se refiere a un conocimiento puramente teórico.
Prudencia (sentido clásico): actitud de moderación en los distintos ámbitos de la propia vida.
ACTIVIDA DES
1. a) En el primer párrafo hay una caracterización del filósofo:
b)En el segundo párrafo se menciona su objeto de estudio en la concepción aristotélica: explicítenla.
c) Propongan un significado del término prudente y otro de sabio utilizables en la actualidad.
2. ¿Cuáles son los dos caminos de la filosofía a los que alude el titulo del articulo? Nómbrenlos y establezcan un paralelo entre ambos dando tres rasgos propios de cada uno.
3.a) Expliquen los siguientes fragmentos:
- "La filosofía en ese sentido [...] no proporciona nada para hacer, nada para proyectar, nada para temer, nada para esperar a los hombres como tales."
- "Así entendida, la filosofía [...] es una guía en las elecciones que el hombre debe hacer en el mundo; es un capital fatigosamente acumulado de experiencias, normas, reglas, que pueden ser, día a día, de cualquiera, con tal de que sea capaz de acceder a ellas:'
b) Digan a qué camino de la filosofía pertenece cada uno de ellos.
4.a) Ubiquen temporal y espacialmente a los autores mencionados en el texto: Pitágoras, Aristóteles, Sócrates, Platón, los Siete Sabios, Hegel.
b) Digan de qué camino de la filosofía es representante cada uno de ellos.
5. a) De los caminos de la filosofía, ,cual les parece a ustedes que debe seguirse en el mundo actual? Propongan dos argumentos para apoyar sus respuestas.
b) ¿Cuál de ellos adhiere el autor? Justifiquen su aseveración con citas literales del texto.
viernes, 9 de abril de 2010
martes, 6 de abril de 2010
¿Qué es la vida?
La vida de un hombre sólo tiene valor cuando se la emplea en beneficio de los demás. Autor: Rodrigo Urbina, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores | |
El gran poeta barroco, Calderón, decía por boca de Segismundo: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión. Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son...” (La vida es sueño, jornada II, escena XIX). Su personaje estaba encerrado en una torre. Sus sentimientos eran, en gran parte, de liberación y de deseo ardiente de seguir soñando. Estaba harto del mundo que le rodeaba. Por eso, la vida para él tomaba ese carácter efímero, pasajero y sombrío. La vida de un hombre sólo tiene valor cuando se la emplea en beneficio de los demás; pues, siempre se recibe algo a cambio cuando la intención es buena y justa. Pero no deja de ser cierto lo que afirma el poeta: hoy también la vida es un frenesí, una ilusión, y un sueño hecho de sueños. Parece que todo nos estorbara, siempre que no se ponga al servicio y satisfacción de nuestro placer. Basta tan sólo observar la agitación diaria, oír el ruido ensordecedor de las calles, toda la maraña de distracciones que nos hacen olvidar el silencio. Hay mucha gente que se ocupa en las labores cotidianas, en sus trabajos, en el hogar, de aquí para allá. Nadie parece tener tiempo para pensar, hacer un alto, darse un respiro, en medio de este frenesí de la vida. Todo porque no hacemos fructificar nuestro tiempo para lo que realmente es importante. Dejamos a Dios en el tintero vacío de nuestra soledad interior, aunque Él está en todas partes, esperando que salgamos de esta “fiesta” de cada día para que, por lo menos, le veamos crucificado por nosotros. “Dum loquimur fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero” Decía Horacio: “mientras hablamos habrá huído envidiosa la edad: aprovecha el día, creyendo lo mínimo lo posterior”. Ante este frenesí somos nosotros los hacedores de nuestra vida, minuto a minuto. Y pudiera ser que nos pareciera así la vida una ilusión, un mero sentimiento de agradecimiento. No sería fruto de un contacto, una relación fuerte de amistad con una persona que nos ha devuelto la vida, restaurada, resucitada: Cristo. Puede que antepongamos nuestro gusto, sin decidirnos a esforzarnos para hacer que los demás estén mejor. Y creo que estaremos de acuerdo en que “no hay amor más grande, que el de aquel que la vida por sus amigos.” Si todos somos hijos de Dios, deberíamos ser también todos amigos. Tu familia, tus amigos de escuela, del trabajo, tu novia o tu novio, e incluso tus suegros, antes de ser lo que son en relación contigo, deberían ser tus mejores amigos. Así disfrutarías la vida con plenitud, a pesar de cualquier dificultad. Ya no sería una ilusión. Haz la prueba. Hazla con Cristo en esta Cuaresma. Él no falla y te estará esperando, silencioso, un pedacito de pan que ahora es su Cuerpo glorioso y que quiere entrar en tu corazón en su Eucaristía. Y Calderón seguía diciendo “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Anhelos, opciones, oportunidades para el mañana. Esto es algo bueno y humano, comprensible y fomentable. Hasta el mismo Horacio escribió que quería seguir soñando, cuando dice “¡no, yo no moriré enteramente! La parte más noble de mi ser triunfará de la muerte.” (Odas, III, 30) Nuestro mayor sueño es vivir para siempre. Ese sueño final es la compuerta a la vida que Cristo ha reedificado para nuestras almas: libres del pecado, del mal, ya no seremos hechos otra vez del mismo barro; sino que resucitaremos con Él en la gloria de su Cuerpo y Sangre. ¡Y esto no es un sueño! Ocurrió hace dos mil años y ocurre cada día en que una persona da su último hálito de vida y vuela al abrazo de Dios. La vasta tradición escrita y oral de la Iglesia nos lo confirma: nuestra vida tiene un sentido fuera de nosotros mismos, la salvación y el banquete celestial. Si queremos el fin, pondremos excelentes medios, los más eficaces en esta Navidad, para que nuestra vida cumpla con el requisito evangélico: “¡convertíos y creed en el Evangelio!” Ya no viviremos en medio de un frenesí, de una ilusión, ni mucho menos de un sueño, porque estaremos con el que es el Camino, la Verdad y la Vida. |
Busco amigos - La verdadera amistad se demuestra en el afecto, la confianza y el sacrificio por la persona amada
Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores | |||||
Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito, resalta el carácter esencial del valor de la amistad. “Busco amigos”, es la respuesta del Principito al zorro y al mismo tiempo es la respuesta a uno de los deseos más profundos del hombre: amar y ser amado. La etimología de la palabra amistad viene determinada en la voz del latín vulgar amicitas, derivada a su vez de amicus (amigo) y amare (amar). Entendida de esta manera la amistad es una de las formas más nobles del movimiento amoroso entre los hombres. Aristóteles afirmaba que el hombre es un animal social por naturaleza. Nacimos “de”, crecimos “entre” y nos relacionamos cotidianamente “con” otras personas. Así la amistad se convierte en una característica no sólo necesaria sino fundamental de nuestra condición humana. Somos existentes que interactuamos en el mundo de los hombres. El mismo Aristóteles, convencido de esta exigencia tan propia del hombre, decía: “sin amigos nadie querría vivir aunque tuviese todas las riquezas”. En el bienestar o prosperidad buscamos hacer el bien a nuestros amigos y en la pobreza o adversidad consideramos a los amigos el único refugio. Amigo se dice en muchos sentidos por lo que es necesario distinguir entre los diversos tipos o grados de amistad para determinar quién es el verdadero amigo ya que este último parece una especie difícil de encontrar y en vía de extinción. Siguiendo con la reflexión aristotélica, la amistad se divide en tres niveles: En primer lugar hallamos la “amistad por el placer” que resulta ser la menos perfecta. En este tipo de relación cada uno busca su propia complacencia y no el buen carácter o el valor propio del otro amigo. Se hacen amigos con rapidez y dejan de serlo con facilidad porque es una amistad voluble que se basa en sentimentalismos y gustos propios. Esta relación se asemeja al cubito de azúcar cuando cae en la taza negra, amarga y caliente de café, pues al presentarse un problema la amistad se disuelve precipitadamente. Construir la amistad sobre estos motivos es igual que edificar una casa sobre la arena: llegan las tormentas y la casa se cae, pues no tenía buenos cimientos. En segundo lugar emerge la “amistad por interés” donde el aprecio existente no es por sí mismos, por las personas en cuanto tales sino en la medida en que obtiene un beneficio el uno del otro. Esta relación está sujeta a la medida y al cálculo y carece de la generosidad, disponibilidad y donación que caracterizan una verdadera amistad. Como diría el Principito: “Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: ¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas? En cambio, os preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerle...” Las relaciones fundadas en la utilidad son estables mientras dura el beneficio mutuo. Las amistades constituidas en el placer o en la utilidad pueden producir cierta felicidad; pero no la felicidad plena y profunda que colma el deseo más profundo del hombre de amar y ser amado. Finalmente llegamos al tercer tipo de amistad, llamada por Aristóteles: “amistad perfecta”. Esta relación auténtica no echa sus raíces en lo que una persona tiene o en el placer que me puede procurar sino que se alimenta en lo que el amigo es, en el valor y la belleza de su personalidad, en la aceptación de sus virtudes y defectos, en el conocimiento profundo y recíproco. El fruto de la amistad verdadera está en la alegría de amar y ser correspondido, en la satisfacción de dar más que de recibir. El tiempo, en este estrado tan elevado, no apaga los motivos de esta amistad sino que con el pasar de los años los lazos que la unen se purifican y se hacen aún más fuertes. En el libro El Principito, el zorro al despedirse de nuestro pequeño protagonista le desvela su gran secreto: “no se ve bien sino con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. El verdadero amigo es aquel que ve con los ojos del corazón para trascender las apariencias de un físico, de las posesiones materiales, de las circunstancias, y para buscar desinteresadamente el verdadero bien de la otra persona. Encontrar un verdadero amigo es encontrar un tesoro. Los mejores amigos demuestran su afecto y confianza y están dispuestos al sacrificio de sí mismos por el otro. Así la amistad perfecta se convierte en un componente clave para la felicidad que buscamos en esta tierra. |
jueves, 1 de abril de 2010
El amor en familia: conocer, confiar y exigir
Autor: Francisco Castañera | |||
En la familia es donde se hace posible el amor sin condiciones | |||
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