miércoles, 14 de abril de 2010

Los dos caminos de la filosofía - Abbagnano, Nicola (1901-1990)


 Vida y obras: Representante de la corriente existencialista desarrollada en Italia. Profesor en Nápoles y, más tarde, profesor en la Universidad de Turín; su filosofía tiene características propias que la distinguen del existencialismo francés y del alemán. Entre sus obras principales se cuentan: Historia de la filosofía, Existencialismo positivo, Introducción al existencialismo, La física nueva y Fundamentos de una teoría de la ciencia.

LOS DOS CAMINOS DE LA FILOSOFÍA
Según una antigua tradición, el nombre filosofía fue inventado por Pitágoras. Encontrándose en la ciudad de Fliunte, Leonte, un ciudadano eminente de la misma que admiraba su elocuencia y su doctrina, le pregunt6 cuál era su arte. Pitágoras respondió: "No conozco ningún arte, sino que soy filósofo". Leonte no había oído jamás esa palabra y le pregunto quiénes eran filósofos y en qué diferían de las otras personas. Pitágoras respondió comparando la vida humana con una de las grandes fiestas nacionales de Grecia, a las males algunos acudían para ganar los premios y la gloria en las competencias deportivas, otros para enriquecerse con el comercio y otros finalmente como simples espectadores para observar hombres y cosas. Estos últimos son los filósofos. Libres del deseo de la gloria y del enrique-cimiento, esos "amantes de la sabiduría", contemplan los hechos humanos sin participar en ellos con el único fin de tener un conocimiento desinteresado del mundo. Esta tradición, que nos ha llegado a través de Cicerón, quizá exprese mejor el punto de vista de los seguidores de Aristóteles que del mismo Pitágoras. De hecho, Aristóteles había afirmado clara-mente la superioridad de la actividad contemplativa sobre todas las otras actividades humanas. El amor a la sabiduría que es el significado etimológico de filosofía, es el esfuerzo por conseguir el conocimiento desinteresado de las cosas más altas y sublimes: las causas y sustancias Ultimas, la divinidad, los astros —considerados también divinos—, el orden perfecto del mundo. El conocimiento de todo esto no sirve para nada pero torna a la vida del hombre similar a la vida divina. El filósofo no es el hombre "prudente" que sabe regular su conducta en los asuntos prácticos de la vida, sino el "sabio" que se dedica exclusivamente al conocimiento de cosas excepcionales y maravillosas, que están por encima de los intereses de los mortales comunes.
Esta es, en sus términos clásicos, la concepción contemplativa de la filosofía. La filosofía es en ese sentido una actividad aristocrática, esto es, reservada a unos pocos privilegiados que están libres de las preocupaciones del mundo y que se bastan a sí mismos: actividad que vuelve "felices" a quienes la llevan a cabo, pero no proporciona nada para hacer, nada para proyectar, nada para temer, nada para esperar a los hombres como tales. Es una mirada divina dirigida sobre el mundo, una mirada que capta lo que hay en el de necesario y de eterno, y que justamente por ser asi, no puede transformar o adaptar el mundo a los deseos o las necesidades humanas.
Es verdad que, aun así, la filosofía orienta la elección de los hombres; pero la orienta solo en el sentido de dirigirla a la realización de la vida contemplativa que es la más elevada. La misma organización política, según Aristóteles, debe tener como fin último la contemplación. La libertad de las necesidades, el ejercicio del poder político no tienen valor en si mis-rhos sino en cuanto hacen posible esta forma de vida.
Sin embargo en la misma filosofía griega está presente y actúa una concepción radical-mente diferente de la filosofía. Sócrates —como dice Cicerón— hizo descender la filosofía del cielo, la transfirió a las ciudades, la introdujo en las casas, la hizo interesarse por la vida y las costumbres, por el bien y el mal. Platón la consideró sustancialmente como el único instrumento eficaz para realizar una comunidad humana justa y pacífica.
En la República, propuso inclusive sanciones contra los filósofos que, llegados al ápice de su preparación, se negasen a poner su saber al servicio de la comunidad.
Y antes de Sócrates y Platón, los Siete Sabios, con los cuales se considera que comienza la reflexión filosófica en el mundo occidental, fueron consejeros de la ciudad y de particulares y condensaron su sabiduría en adagios breves y agudos: "Conócete a ti mismo”, “No desees lo imposible", "La mesura es Optima", que debían guiar la conducta del hombre en los asuntos de su vida diaria.
Así entendida, la filosofía se dirige a considerar no ya realidades excepcionales y sublimes, sino al hombre y su experiencia en el mundo, así como las reglas y los criterios que pueden disciplinar, organizar y dirigir su vida individual y colectiva. Se trata más de "prudencia" quede "sabiduría". No es una visión divina a la cual pueden acceder unos pocos privilegiados si-no una guía en las elecciones que el hombre debe hacer en el mundo. No es un patrimonio enorme en las manos de pocos que la adoptan para su felicidad privada sino un capital, fatigosamente acumulado, de experiencias, normas, reglas, que pueden ser, día a día, de cual-quiera con tal de que sea capaz de acceder a ellas.
Desde este punto de vista, la contemplación no se opone más a la acción como una forma superior y privilegiada de vida frente a una vida inferior. La filosofía no pretende ser un sistema puro de conocimientos que refleje perfectamente una realidad eterna; se limita a aconsejar al hombre como usar, en su provecho, el saber del que dispone. No invita al hombre abandonar el piano de la comunidad humana para volverse semejante a la divinidad y con-templarlo como lo hace la divinidad, desde arriba; se coloca en el piano de la humanidad misma para ayudarla a alcanzar una forma más racional de vida a través de la solución de los problemas que la acosan.
Filosofía contemplativa y filosofía activa podrían ser los nombres con que se designar a esas dos vías que hoy como ayer, en un remoto pasado, constituyen las alternativas funda-mentales de la búsqueda filosófica.
La primera de estas vías considera que la realidad, tal como es, está perfectamente ordena-da, es completamente racional y que la tarea de la filosofía consiste solo en darse cuenta de su orden y de su racionalidad. La segunda vía considera que la realidad no tiene ni orden ni racionalidad si el hombre no se esfuerza por conferírsela y que es este esfuerzo la tarea propia de la filosofía.
Hegel, representante de la primera, decía que la filosofía llega siempre demasiado tarde para decir cómo debe ser el mundo porque aparece cuando la realidad ya está consumada y es así semejante al búho de Minerva que emprende el vuelo al crepúsculo, cuando el día ya ha acabado...
La filosofía activa, en cambio, sostiene que tiene que insertarse en los asuntos del mundo, debatir los problemas que interesan a los hombres en cuanto tales, mostrar las posibles soluciones y ayudar a elegir aquellas que, a largo plazo, sean las más favorables al destino de los hombres. Desde este punto de vista, el filósofo no puede ser "el espectador desinteresado del mundo" que observa cómo transcurre la vida porque está inmerso en la vida misma y sigue la suerte común a los otros hombres.
[...] Cuanto más rica y compleja se vuelva una sociedad por el contacto incesante entre hombres de diversos orígenes, de culturas heterogéneas, de tradiciones dispares, cuanto mayor sea la suma de saber y de poder efectivo sobre las cosas de las que disponga, tanto más sea advertirá la necesidad de una filosofía activa, de una crítica filosófica que analice costumbres y creencias, que resuelva los problemas que nacen de su contraste y que conduzca al género humano a una forma mejor de convivencia.
La "prudencia" de los antiguos [...] es todavía la disponibilidad de una guía en las elecciones que esperan al hombre en el mundo. Y todavía hoy, como entonces, las preguntas funda-mentales son las mismas: ¿Qué es el hombre?" ¿Qué debe hacer?" ¿Qué puede esperar?".

ABBAGNANO, N., Le due vie della Filosofía, publicado en "La Stampa", Torino, gennaio, 1967. Traducción Martha Frassineti de Gallo.





VOCABULARIOIS
Sustancia: aquello que es en sí mismo; se contrapone a accidente, que significa que es en otro (cfr. vocab. Lebniz).
Causa última: aquella que es primera en el orden del ser, Pero que se conoce al final.
Racional: acorde con la razón; organizado de un modo inteligente (cfr. vocab. Aristóteles).
Contemplación: se refiere a un conocimiento puramente teórico.
Prudencia (sentido clásico): actitud de moderación en los distintos ámbitos de la propia vida.




ACTIVIDA DES
1. a) En el primer párrafo hay una caracterización del filósofo:
b)En el segundo párrafo se menciona su objeto de estudio en la concepción aristotélica: explicítenla.
c) Propongan un significado del término prudente y otro de sabio utilizables en la actualidad.
2. ¿Cuáles son los dos caminos de la filosofía a los que alude el titulo del articulo? Nómbrenlos y establezcan un paralelo entre ambos dando tres rasgos propios de cada uno.
3.a) Expliquen los siguientes fragmentos:
- "La filosofía en ese sentido [...] no proporciona nada para hacer, nada para proyectar, nada para temer, nada para esperar a los hombres como tales."
- "Así entendida, la filosofía [...] es una guía en las elecciones que el hombre debe hacer en el mundo; es un capital fatigosamente acumulado de experiencias, normas, reglas, que pueden ser, día a día, de cualquiera, con tal de que sea capaz de acceder a ellas:'
b) Digan a qué camino de la filosofía pertenece cada uno de ellos.
4.a) Ubiquen temporal y espacialmente a los autores mencionados en el texto: Pitágoras, Aristóteles, Sócrates, Platón, los Siete Sabios, Hegel.
b) Digan de qué camino de la filosofía es representante cada uno de ellos.
5. a) De los caminos de la filosofía, ,cual les parece a ustedes que debe seguirse en el mundo actual? Propongan dos argumentos para apoyar sus respuestas.
b) ¿Cuál de ellos adhiere el autor? Justifiquen su aseveración con citas literales del texto.

martes, 6 de abril de 2010

¿Qué es la vida?


La vida de un hombre sólo tiene valor cuando se la emplea en beneficio de los demás.
Autor: Rodrigo Urbina, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



El gran poeta barroco, Calderón, decía por boca de Segismundo: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión. Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son...” (La vida es sueño, jornada II, escena XIX). Su personaje estaba encerrado en una torre. Sus sentimientos eran, en gran parte, de liberación y de deseo ardiente de seguir soñando. Estaba harto del mundo que le rodeaba. Por eso, la vida para él tomaba ese carácter efímero, pasajero y sombrío.

La vida de un hombre sólo tiene valor cuando se la emplea en beneficio de los demás; pues, siempre se recibe algo a cambio cuando la intención es buena y justa. Pero no deja de ser cierto lo que afirma el poeta: hoy también la vida es un frenesí, una ilusión, y un sueño hecho de sueños. Parece que todo nos estorbara, siempre que no se ponga al servicio y satisfacción de nuestro placer.

Basta tan sólo observar la agitación diaria, oír el ruido ensordecedor de las calles, toda la maraña de distracciones que nos hacen olvidar el silencio. Hay mucha gente que se ocupa en las labores cotidianas, en sus trabajos, en el hogar, de aquí para allá. Nadie parece tener tiempo para pensar, hacer un alto, darse un respiro, en medio de este frenesí de la vida. Todo porque no hacemos fructificar nuestro tiempo para lo que realmente es importante. Dejamos a Dios en el tintero vacío de nuestra soledad interior, aunque Él está en todas partes, esperando que salgamos de esta “fiesta” de cada día para que, por lo menos, le veamos crucificado por nosotros.

“Dum loquimur fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero” Decía Horacio: “mientras hablamos habrá huído envidiosa la edad: aprovecha el día, creyendo lo mínimo lo posterior”. Ante este frenesí somos nosotros los hacedores de nuestra vida, minuto a minuto. Y pudiera ser que nos pareciera así la vida una ilusión, un mero sentimiento de agradecimiento. No sería fruto de un contacto, una relación fuerte de amistad con una persona que nos ha devuelto la vida, restaurada, resucitada: Cristo.

Puede que antepongamos nuestro gusto, sin decidirnos a esforzarnos para hacer que los demás estén mejor. Y creo que estaremos de acuerdo en que “no hay amor más grande, que el de aquel que la vida por sus amigos.” Si todos somos hijos de Dios, deberíamos ser también todos amigos. Tu familia, tus amigos de escuela, del trabajo, tu novia o tu novio, e incluso tus suegros, antes de ser lo que son en relación contigo, deberían ser tus mejores amigos. Así disfrutarías la vida con plenitud, a pesar de cualquier dificultad. Ya no sería una ilusión. Haz la prueba. Hazla con Cristo en esta Cuaresma. Él no falla y te estará esperando, silencioso, un pedacito de pan que ahora es su Cuerpo glorioso y que quiere entrar en tu corazón en su Eucaristía.

Y Calderón seguía diciendo “que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Anhelos, opciones, oportunidades para el mañana. Esto es algo bueno y humano, comprensible y fomentable. Hasta el mismo Horacio escribió que quería seguir soñando, cuando dice “¡no, yo no moriré enteramente! La parte más noble de mi ser triunfará de la muerte.” (Odas, III, 30) Nuestro mayor sueño es vivir para siempre.

Ese sueño final es la compuerta a la vida que Cristo ha reedificado para nuestras almas: libres del pecado, del mal, ya no seremos hechos otra vez del mismo barro; sino que resucitaremos con Él en la gloria de su Cuerpo y Sangre. ¡Y esto no es un sueño! Ocurrió hace dos mil años y ocurre cada día en que una persona da su último hálito de vida y vuela al abrazo de Dios.

La vasta tradición escrita y oral de la Iglesia nos lo confirma: nuestra vida tiene un sentido fuera de nosotros mismos, la salvación y el banquete celestial. Si queremos el fin, pondremos excelentes medios, los más eficaces en esta Navidad, para que nuestra vida cumpla con el requisito evangélico: “¡convertíos y creed en el Evangelio!” Ya no viviremos en medio de un frenesí, de una ilusión, ni mucho menos de un sueño, porque estaremos con el que es el Camino, la Verdad y la Vida.

Busco amigos - La verdadera amistad se demuestra en el afecto, la confianza y el sacrificio por la persona amada



Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito, resalta el carácter esencial del valor de la amistad. “Busco amigos”, es la respuesta del Principito al zorro y al mismo tiempo es la respuesta a uno de los deseos más profundos del hombre: amar y ser amado.

La etimología de la palabra amistad viene determinada en la voz del latín vulgar amicitas, derivada a su vez de amicus (amigo) y amare (amar). Entendida de esta manera la amistad es una de las formas más nobles del movimiento amoroso entre los hombres.

Aristóteles afirmaba que el hombre es un animal social por naturaleza. Nacimos “de”, crecimos “entre” y nos relacionamos cotidianamente “con” otras personas. Así la amistad se convierte en una característica no sólo necesaria sino fundamental de nuestra condición humana. Somos existentes que interactuamos en el mundo de los hombres.

El mismo Aristóteles, convencido de esta exigencia tan propia del hombre, decía: “sin amigos nadie querría vivir aunque tuviese todas las riquezas”. En el bienestar o prosperidad buscamos hacer el bien a nuestros amigos y en la pobreza o adversidad consideramos a los amigos el único refugio.

Amigo se dice en muchos sentidos por lo que es necesario distinguir entre los diversos tipos o grados de amistad para determinar quién es el verdadero amigo ya que este último parece una especie difícil de encontrar y en vía de extinción.

Siguiendo con la reflexión aristotélica, la amistad se divide en tres niveles:

En primer lugar hallamos la “amistad por el placer” que resulta ser la menos perfecta. En este tipo de relación cada uno busca su propia complacencia y no el buen carácter o el valor propio del otro amigo. Se hacen amigos con rapidez y dejan de serlo con facilidad porque es una amistad voluble que se basa en sentimentalismos y gustos propios. Esta relación se asemeja al cubito de azúcar cuando cae en la taza negra, amarga y caliente de café, pues al presentarse un problema la amistad se disuelve precipitadamente. Construir la amistad sobre estos motivos es igual que edificar una casa sobre la arena: llegan las tormentas y la casa se cae, pues no tenía buenos cimientos.

En segundo lugar emerge la “amistad por interés” donde el aprecio existente no es por sí mismos, por las personas en cuanto tales sino en la medida en que obtiene un beneficio el uno del otro. Esta relación está sujeta a la medida y al cálculo y carece de la generosidad, disponibilidad y donación que caracterizan una verdadera amistad.

Como diría el Principito: “Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: ¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas? En cambio, os preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerle...” Las relaciones fundadas en la utilidad son estables mientras dura el beneficio mutuo.

Las amistades constituidas en el placer o en la utilidad pueden producir cierta felicidad; pero no la felicidad plena y profunda que colma el deseo más profundo del hombre de amar y ser amado.

Finalmente llegamos al tercer tipo de amistad, llamada por Aristóteles: “amistad perfecta”. Esta relación auténtica no echa sus raíces en lo que una persona tiene o en el placer que me puede procurar sino que se alimenta en lo que el amigo es, en el valor y la belleza de su personalidad, en la aceptación de sus virtudes y defectos, en el conocimiento profundo y recíproco. El fruto de la amistad verdadera está en la alegría de amar y ser correspondido, en la satisfacción de dar más que de recibir. El tiempo, en este estrado tan elevado, no apaga los motivos de esta amistad sino que con el pasar de los años los lazos que la unen se purifican y se hacen aún más fuertes.

En el libro El Principito, el zorro al despedirse de nuestro pequeño protagonista le desvela su gran secreto: “no se ve bien sino con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. El verdadero amigo es aquel que ve con los ojos del corazón para trascender las apariencias de un físico, de las posesiones materiales, de las circunstancias, y para buscar desinteresadamente el verdadero bien de la otra persona. Encontrar un verdadero amigo es encontrar un tesoro.

Los mejores amigos demuestran su afecto y confianza y están dispuestos al sacrificio de sí mismos por el otro. Así la amistad perfecta se convierte en un componente clave para la felicidad que buscamos en esta tierra.

La verdadera amistad se demuestra en el afecto, la confianza y el sacrificio por la persona amada
Autor: Diego Calderón, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



Antoine de Saint-Exupéry en su libro El Principito, resalta el carácter esencial del valor de la amistad. “Busco amigos”, es la respuesta del Principito al zorro y al mismo tiempo es la respuesta a uno de los deseos más profundos del hombre: amar y ser amado.

La etimología de la palabra amistad viene determinada en la voz del latín vulgar amicitas, derivada a su vez de amicus (amigo) y amare (amar). Entendida de esta manera la amistad es una de las formas más nobles del movimiento amoroso entre los hombres.

Aristóteles afirmaba que el hombre es un animal social por naturaleza. Nacimos “de”, crecimos “entre” y nos relacionamos cotidianamente “con” otras personas. Así la amistad se convierte en una característica no sólo necesaria sino fundamental de nuestra condición humana. Somos existentes que interactuamos en el mundo de los hombres.

El mismo Aristóteles, convencido de esta exigencia tan propia del hombre, decía: “sin amigos nadie querría vivir aunque tuviese todas las riquezas”. En el bienestar o prosperidad buscamos hacer el bien a nuestros amigos y en la pobreza o adversidad consideramos a los amigos el único refugio.

Amigo se dice en muchos sentidos por lo que es necesario distinguir entre los diversos tipos o grados de amistad para determinar quién es el verdadero amigo ya que este último parece una especie difícil de encontrar y en vía de extinción.

Siguiendo con la reflexión aristotélica, la amistad se divide en tres niveles:

En primer lugar hallamos la “amistad por el placer” que resulta ser la menos perfecta. En este tipo de relación cada uno busca su propia complacencia y no el buen carácter o el valor propio del otro amigo. Se hacen amigos con rapidez y dejan de serlo con facilidad porque es una amistad voluble que se basa en sentimentalismos y gustos propios. Esta relación se asemeja al cubito de azúcar cuando cae en la taza negra, amarga y caliente de café, pues al presentarse un problema la amistad se disuelve precipitadamente. Construir la amistad sobre estos motivos es igual que edificar una casa sobre la arena: llegan las tormentas y la casa se cae, pues no tenía buenos cimientos.

En segundo lugar emerge la “amistad por interés” donde el aprecio existente no es por sí mismos, por las personas en cuanto tales sino en la medida en que obtiene un beneficio el uno del otro. Esta relación está sujeta a la medida y al cálculo y carece de la generosidad, disponibilidad y donación que caracterizan una verdadera amistad.

Como diría el Principito: “Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habláis de un nuevo amigo, no os interrogan jamás sobre lo esencial. Jamás os dicen: ¿Cómo es el timbre de su voz? ¿Cuáles son los juegos que prefiere? ¿Colecciona mariposas? En cambio, os preguntan: ¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre? Sólo entonces creen conocerle...” Las relaciones fundadas en la utilidad son estables mientras dura el beneficio mutuo.

Las amistades constituidas en el placer o en la utilidad pueden producir cierta felicidad; pero no la felicidad plena y profunda que colma el deseo más profundo del hombre de amar y ser amado.

Finalmente llegamos al tercer tipo de amistad, llamada por Aristóteles: “amistad perfecta”. Esta relación auténtica no echa sus raíces en lo que una persona tiene o en el placer que me puede procurar sino que se alimenta en lo que el amigo es, en el valor y la belleza de su personalidad, en la aceptación de sus virtudes y defectos, en el conocimiento profundo y recíproco. El fruto de la amistad verdadera está en la alegría de amar y ser correspondido, en la satisfacción de dar más que de recibir. El tiempo, en este estrado tan elevado, no apaga los motivos de esta amistad sino que con el pasar de los años los lazos que la unen se purifican y se hacen aún más fuertes.

En el libro El Principito, el zorro al despedirse de nuestro pequeño protagonista le desvela su gran secreto: “no se ve bien sino con los ojos del corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. El verdadero amigo es aquel que ve con los ojos del corazón para trascender las apariencias de un físico, de las posesiones materiales, de las circunstancias, y para buscar desinteresadamente el verdadero bien de la otra persona. Encontrar un verdadero amigo es encontrar un tesoro.

Los mejores amigos demuestran su afecto y confianza y están dispuestos al sacrificio de sí mismos por el otro. Así la amistad perfecta se convierte en un componente clave para la felicidad que buscamos en esta tierra.

jueves, 1 de abril de 2010

El amor en familia: conocer, confiar y exigir

Autor: Francisco Castañera

En la familia es donde se hace posible el amor sin condiciones
 
El amor en  familia: conocer, confiar y exigir
El amor en familia: conocer, confiar y exigir

Formar a nuestros hijos en la afectividad es ayudarlos a desarrollar su capacidad de amar. El amor se transmite principalmente en la familia.

LA FAMILIA

“La familia es una íntima comunidad de vida y amor” cuya misión es “custodiar, revelar y comunicar el amor” con cuatro cometidos generales (Familiaris Consortio)

*Formación de una comunidad de personas
*Servicio a la vida
*Participación en el desarrollo de la sociedad
*Participación en la vida y misión de la iglesia

Aprender a Amar

La capacidad de amar es resultado del desarrollo afectivo del ser humano durante los primeros años de su vida. El desarrollo afectivo es un proceso continuo y secuencial, desde la infancia hasta la edad adulta.

La madurez afectiva es un largo proceso por el que el ser humano se prepara para la comunicación íntima y personal con sus semejantes como un Yo único e irrepetible; y que debe desencadenarse al primer contacto del niño con el adulto perpetuándose a lo largo de su existencia.

A pesar de que el hombre fue creado por Dios con una capacidad innata para amar, el crecimiento y la vivencia del amor se realiza a través de la experiencia que el hombre va adquiriendo a lo largo de toda su vida. En el contexto individual de cada persona, esta experiencia se ubica en su familia.

En la familia es donde se hace posible el amor, el amor sin condiciones; los padres que inician la familia con una promesa de amor quieren a sus hijos porque son sus hijos, no en razón de sus cualidades. “La familia es un centro de intimidad y apertura”. Es en el seno familiar donde cultivamos lo humano del hombre, que es el enseñarlo a pensar, a profundizar, a reflexionar. Es en el ámbito de la familia donde el hombre aprende el cultivo de las virtudes, el respeto que es el guardián del amor, la honradez, la generosidad, la responsabilidad, el amor al trabajo, la gratitud, etc. La familia nos invita a ser creativos en el cultivo de la inteligencia, la voluntad y el corazón, para poder contribuir y abrirnos a la sociedad preparados e íntegros. El amor de la familia debe trasmitirse a la sociedad.

La familia es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir a este mundo y su experiencia es decisiva para siempre.
La familia, dice Juan Pablo II, es la primera y más importante escuela de amor. “La grandeza y la responsabilidad de la familia están en ser la primera comunidad de vida y amor, el primer ambiente en donde el hombre puede aprender a amar y a sentirse amado, no sólo por otras personas, sino también y ante todo por Dios”.

Todo se relaciona con el misterio del Padre que nos ha creado por amor y para que amemos. Nos ha hecho a su imagen y semejanza, todos somos hijos suyos iguales en dignidad. Para revelarnos su paternidad de amor“nos hace nacer del amor” de un hombre y de una mujer e instituye la familia; ella es el lugar del amor y de la vida, o dicho de una mejor manera: “el lugar donde el amor engendra la vida”.

Amor conyugal, modelo de amor para los hijos.

“La familia es la primera y fundamental escuela de sociabilidad, como comunidad de amor encuentra en el don de sí misma la ley que le rige y le hace crecer. El don de sí que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad representan la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad”(Familiaris Consortio)

Alguien dijo que “se puede procrear fuera de la familia, pero sólo en familia se puede educar”, y educar para amar sólo se puede en el ámbito de la familia: amando. El ejemplo es el mejor método para educar; hay una frase que dice “Lo que eres habla tan fuerte, que no oigo lo que me dices”. Qué nos ganamos con decir, o pretender demostrar, amor a nuestros hijos, lo que importa es lo que ellos ven en la forma como tratamos a nuestro cónyuge.

Tenemos que entender claramente que no hay nada que eduque más y mejor a los hijos que el ejemplo de amor que ven en sus padres como pareja. Para realmente poder amar a nuestros hijos tenemos primero que amar a nuestro cónyuge.

El amor, factor de desarrollo de los hijos

El otro aspecto fundamental de la influencia del amor, dentro de la familia lo encontramos en el desarrollo de la persona, más particularmente, de los hijos.
Cada familia, aun sin pretenderlo crea un ambiente (de amor o de despego y egoísmo, de rigidez o de ternura, de orden o de anarquía, de trabajo o de pereza, de ostentación o de sencillez, etc.) que influye en todos sus miembros, pero especialmente en los niños y en los más jóvenes.

CONOCER.

Amar es buscar el bien integral del otro. El que ama y sólo el que ama, conoce bien a la persona amada, porque la conoce no sólo como aparece sino como es por dentro, y más aún conoce “su posible”, aquello que puede y “debe” llegar a ser. Como dice Paul Valéry “lo que es más verdadero de un individuo, lo más de él mismo, es su posible, lo que puede llegar a ser”.

Partiendo del hecho de que el hombre “es un ser en proceso” pensemos que es en la familia donde más va a avanzar dentro de este proceso. Así podremos valorar la trascendencia de nuestro amor a los hijos. Nuestro amor será responsable de que ellos alcancen la estatura que deben llegar a tener, en todos los aspectos de su persona.

El que ama no sólo conoce lo que la persona amada puede llegar a ser, sino que “le ayuda a ello”, le ayuda a que desarrolle todas las potencialidades que tiene y que muchas veces ignora, le ayuda a que sea lo que puede llegar a ser.

CONFIAR

La psicología afirma que el afecto estimula el aprendizaje y desarrolla la inteligencia gracias a la sensación de seguridad y confianza que otorga y que se desarrolla lentamente a través de la infancia, la niñez y la adolescencia.

La persona humana que está siempre en proceso de irse haciendo, es un ser con cierta dosis de inseguridad. El que se siente amado experimenta dentro de sí una fuerza que incrementa su seguridad.

Sentir la confianza de las personas queridas es, no sólo de gran ayuda, sino en muchas ocasiones “vital”.

Confiar no significa hacerse de la vista gorda, consentir, ceder. Confiar significa creer en la persona a pesar de que los hechos estén en su contra.

Confiar en alguien implica ser paciente, saber esperar.

¿Cómo podemos infundir confianza en nuestros hijos?. Ayudándoles a que descubran sus cualidades, limitaciones y defectos. Ayudándoles a que desarrollen cualidades, animándoles y aplaudiendo sus logros por pequeños que sean, ayudándoles a que descubran a dónde pueden llevarles sus inclinaciones si no las dominan y sobre todo, haciéndoles sentir nuestro cariño. Para esto necesitamos no sólo paciencia, sino también tiempo.

Lo contrario de la confianza es descargar sobre nuestros hijos nuestro coraje e impaciencia, echar en cara sus torpezas, fallas y malas acciones, sin transmitirles la seguridad que tenemos de que pueden cambiar. El decirles “eres malo” en lugar de “lo que hiciste” es una acción mala.

EXIGIR.

Exigir es un ingrediente esencial del amor.
Sólo quién en nombre del amor sabe ser exigente consigo mismo puede exigir por amor a los demás; porque el amor es exigente. Lo es en cada situación humana.

El amor, al que San Pablo dedicó un himno en la Carta a los Corintios, es ciertamente exigente “amor paciente, servicial, comprensivo...”.

Amar a los hijos no significa evitarles todo sufrimiento. Amar es buscar el bien para el ser amado en última instancia y no la complacencia momentánea. Es posible que algunas veces por amor a un hijo le generemos una frustración momentánea que en realidad lo prepara para un bien más grande.
El amor necesita disciplina.

Citamos a Ignace Lepp, en su libro Psicoanálisis del amor nos dice
“El amor auténtico es el más eficaz creador y promotor de la existencia. Si tantas personas - bien o mejor dotadas - siguen siendo tan mediocres, se debe a menudo, a que nunca han sido amadas con un amor tierno y exigente”

Trascendencia del amor

El amor auténtico vivido en la familia debe alcanzar a la sociedad, la familia debe salir de sí misma y compartir esta vivencia profunda del amor entre ellos que es un reflejo del amor de Dios Padre.

Los Apóstoles comprendieron que el matrimonio y la familia es una verdadera vocación que proviene de Dios, un apostolado, el apostolado de los laicos. Estos ayudan a la transformación de la tierra y a la renovación del mundo, de la creación y de toda la humanidad.

A este respecto el Papa Juan Pablo II en la Carta a las Familias nos dice: “Queridas Familias: vosotras debéis ser también valientes, dispuestas siempre a ser testimonio de la esperanza que tenéis por que ha sido depositada en vuestro corazón por el Buen Pastor mediante el Evangelio. Debéis estar dispuestas a seguir a Cristo hacia aquellos pastos que dan la vida y que Él mismo ha preparado con el misterio pascual de su muerte y resurrección.”

El amor en la familia tiene dos cometidos fundamentales:

1. Enseñar el amor, aprender a amar. Revelar, custodiar y comunicar el amor, y proyectarlo a la sociedad.

2. Ayudar a cada uno de sus miembros, especialmente a los hijos, a que desarrollen todas sus potencialidades, que lleguen lo más cerca posible, a lo que deben llegar a ser, que alcancen la vocación a la que han sido llamados por su Creador.

LECTURAS RECOMENDADAS.
Carta a las Familias, S.S. JUAN PABLO II, 1994.